9 de enero de 2018

Contaminación radiactiva silenciada

James Barkley
El 9 de enero de 2017, los contadores de radiactividad europeos midieron un número de partículas de yodo radiactivo, con origen aparente en las regiones árticas, aunque su formación y emisión a la atmósfera es un misterio. El yodo radiactivo (I-131), que alcanza una vida media de unos 8 días, resulta de la fisión del uranio y esta, a su vez, de una pila atómica; es decir, un reactor nuclear.

Las primeras mediciones se registraron en Noruega, Finlandia y Polonia (9 enero) y de allí pasaron a Chequia y España (día 17), Francia (18) y Alemania (23), sin afectar, aparentemente, a sus países limítrofes (la excepción fue la isla italiana de Cerdeña). Como el aire es un fluido móvil y de comportamiento aleatorio, la mezcla de contaminantes nunca es en él constante y con ello se quiso explicar —sin convencer— que los datos en España han sido más graves que en Francia o Alemania y sólo inferiores a los de Polonia. Además, queda en pie que esta contaminación se dispersó en la atmósfera de manera un tanto extraña.

Por más que los gobiernos aseguraran que nunca se rebasaron los niveles de seguridad, su tardanza en hacer pública la contaminación de I-131 dio motivo a incertidumbres, sobre todo con la aparición en escena de un avión estadounidense tipo WC-135C «Constant Phoenix», versión reducida del Boeing 707 con equipos a bordo para la vigilancia de ensayos atómicos. Éste avión constituye un ejemplo de las dificultades con que tropezaron los europeos para descubrir el origen de la contaminación y ha dado indicios de la sospecha de un problema grave, sobre todo cuando el más concienzudo secreto rodea a este avión y su actividad en Europa.

La contaminación se extingue a finales de enero, los gobiernos minimizan su importancia y la prensa cerró el asunto con la que parece la opinión dominante: la fuga en alguna factoría o laboratorio del campo de la farmacología (el yodo radiactivo se usa en el tratamiento de algunos casos de bocio tóxico y cáncer del tiroides).

Renitor
Dispersión en la atmósfera de la contaminación de yodo radiactivo en enero de 2017
En cuanto al proceso origen de la radiación, ya se ha dicho que podría ser una factoría farmacológica, pero no se conoce ninguna en las regiones árticas (si la hay plantea preguntas). Otra explicación son los submarinos y barcos nucleares de la flota rusa del Ártico («Flota del Norte»), con una base naval principal en Murmansk, ciudad situada en la bahía de Kola y dentro del círculo polar ártico. En la estrecha franja costanera que va desde esa ciudad a la frontera noruega hay cinco astilleros, siete bases navales y tres instalaciones para la carga y descarga de combustible nuclear (Murmansk y bahías de Andreeva y Sadya). La reincorporación de dos de los tres submarinos nucleares tipo «Sierra» adscritos a esta flota, abandonados en los años 90, coincide en el tiempo con sendas contaminaciones de I-131 de origen desconocido: el «B-336» (2015) y el «B-239» (2017), el último sin asistencia material ni vigilancia técnica desde ¡1997!

Estas hipótesis no satisfacen y otros investigadores suponen una diseminación de yodo-131 de manera deliberada, como en el experimento secreto «Green Run» (1949) en el estado de Washington (véase «Ensayos nucleares: las cobayas humanas»).

En fin, la única certeza es la existencia de un problema real de contaminación radiactiva y el origen desconocido de la misma —o la necesidad de ocultarlo—.