2 de enero de 2013

La «Máquina del fin de los tiempos»

National Nuclear Security Administration
En 1952 el hombre se hizo con la tecnología necesaria para proveer un artilugio capaz de extinguir la vida sobre la Tierra: la bomba termonuclear o de hidrógeno. Como su capacidad destructiva sólo depende de su tamaño, se puede construir una con el deuterio o «hidrógeno pesado» necesario a fin de producir lluvia radiactiva en cantidad suficiente para destruir nuestra civilización (la llamada «Máquina del Fin de los Tiempos» o «del Fin del Mundo»).

En 1952 Estados Unidos realizó en las islas Marshall el primer ensayo de una bomba de hidrógeno, de una potencia mil veces mayor que la de la bomba atómica. Principal diferencia de entre ambas es que la fusión de átomos de hidrógeno libera una cantidad mayor de energía que la fisión de los átomos del uranio 235 o del plutonio del arma atómica. Básicamente, la «bomba H» imita groseramente las fuerzas existentes en el interior de las estrellas, su efecto más mortífero reside en producir una mayor cantidad de polvo radiactivo y tiene una potencia teóricamente ilimitada.

Estados Unidos proveyó bombas de 25 megatones y la Unión Soviética hizo explotar sobre el archipiélago ártico de Nueva Zembla la bomba «Zar» (1961), de unos 50 megatones, energía equivalente a 3 800 bombas tipo «Little Boy» (Hiroshima). Aunque nada se reveló sobre los resultados de la última, la gigantesca burbuja de gases se elevó a 64 000 m antes de llegar a formar el clásico hongo, la bola ígnea fue vista a más de 1 000 km, los efectos mecánicos producidos por la onda de choque hicieron trepidar los cristales de las casas a más de 900 km y los térmicos derivados de la bola fuego causaron quemaduras de tercer grado a más de 100 km.

RIA Novosti
Como máximo exponente de potencia nuclear, en 1961 la Unión Soviética hizo explotar sobre el archipiélago ártico de Nueva Zembla una bomba de hidrógeno de 50 megatones, potencia 3 800 veces la de la bomba atómica de Hiroshima.
La única finalidad aceptable del ensayo de esta bomba era la amenaza de utilizar, en caso de conflicto, armas nucleares sin limitaciones de potencia. Algunos técnicos describen estas superbombas como superfluas, poco prácticas, pero otros no estaban tan seguros y uno de los objetivos de Rusia era incorporar a sus cohetes cabezas nucleares de ¡150 megatones!

Con la aparición del explosivo termonuclear, el punto de vista que prevaleció en las jefaturas de la OTAN y el Pacto de Varsovia era que una guerra nuclear general o total concluiría no sólo en la destrucción recíproca, sino también universal, planetaria, con los daños ocasionados por las lluvias de partículas radiactivas aerotransportadas.

Sin embargo, los soviéticos parecían preocupados aquellos años en la gran superioridad alcanzada por la OTAN en sistemas de armas estratégicas y de su capacidad de aniquilar los medios nucleares de los soviéticos. Convencidos de que no se lograría salvar a la Unión Soviética de la destrucción una vez entablada una guerra nuclear con la OTAN, la necesidad de disponer de un arma disuasoria en un posible conflicto de grandes proporciones se transformó en una preocupación de primer orden, con tendencia a aumentar aún más en importancia, como consecuencia de la aparición en Occidente de misiles de combustible sólido, que acorta el tiempo de reacción, y que podían alcanzar desde el mar cualquier objetivo en el territorio soviético (el bifásico «Polaris» de 1961.

Columbia Pictures
Gabinete de guerra de emergencia, en «Doctor Strangelove» (1964), sátira de un conflicto atómico, con S. Kubrick de director, primer filme importante en el que se hace referencia a un sistema de defensa que Herman Khan ha llamado la Máquina del Fin del Mundo.
La Máquina del Fin del Mundo. Como se ha mencionado anteriormente, se puede construir un explosivo termonuclear capaz de producir una contaminación tan grande que el resultado sería el fin de la vida sobre la Tierra (radiación ionizante sobre cuerpos vivos, contaminación radiactiva del suelo, etc.). La mayor parte de la comunidad científica occidental estimaba que semejante artilugio era técnicamente realizable y el ensayo de la bomba «Zar» indujo a creer que la Unión Soviética se aventuró a fabricar el «mastodonte» de las armas termonucleares, creencia compartida por científicos tan solventes como Leo Szilard (1898-1964).

Se han aducido varias razones para explicar la necesidad —y con ella la eventual existencia— de esta arma, pero una es la razón principal invocada: que fuese un factor de disuasión, un medio realmente suicida, pero con el que se conseguía aprisionar a Occidente en un sistema de defensa que Herman Khan (1922-83) ha llamado la Máquina del Fin del Mundo.

Si esta bomba es posible, pero improbable, el sistema «Perimetr» es una realidad: entró en servicio en 1985 y permite un ataque nuclear automático, a cargo de una «mentalidad artificial» enlazada con sismógrafos, espectrómetros, barómetros y otros dispositivos captadores, sin participación humana. Este sistema, con los mismos efectos que una bomba termonuclear de alcance planetario, no puede calificarse sino de locura criminal (véase «Ataque nuclear automático»).