20 de febrero de 2013

Delitos de los cascos azules

Andrew W. McGalliard
En 1988 le era otorgado el premio Nobel de la Paz a las fuerzas pacificadoras de la ONU pese a los juicios críticos que le seguían (pederastia, tortura, violación, tráfico de drogas, trata de blancas). Ante estas sospechas, este premio Nobel puede considerarse como una tendencia al disfraz de los verdaderos problemas de la organización de Naciones Unidas.

Las fuerzas pacificadoras de la ONU, vulgarmente «cascos azules», son un cuerpo expedicionario multinacional creado por alguna resolución aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el organismo más poderoso de la misma y que tiene, como último recurso, el derecho de aplicar sanciones militares si fallan los procesos de negociaciones y arbitraje para tratar de solucionar los conflictos entre naciones. El Consejo utiliza la ayuda del Comité del Estado Mayor militar, sobre el que recae el empleo y mando de las fuerzas armadas puestas a disposición del Consejo por las naciones miembros de la ONU. Se estrenó con la Guerra de Independencia israelí (1948) y desde entonces han llevado a cabo una quincena de misiones, mayormente para arbitrar armisticios, garantizar retiradas o mantener la neutralidad en regiones en conflicto.

En la década de 1990 los grandes juicios críticos que han acompañado la labor de los «cascos azules» se repitieron en Camboya, Somalia, Mozambique, Liberia, Congo y Sierra Leona, una vez más con la comisión de hechos ilícitos o delictivos como proxenetismo, pederastia y violación. En Somalia «cascos azules» infligieron tormento a niños, uno de ellos con consecuencia de muerte, y en Mozambique tuvieron acceso carnal con niños de 9 o menos años. Los hipócritas con mala higiene mental replican que el goce con niñas no iba acompañado ordinariamente de acciones coactivas, pero la niña menor de 12 años no tiene el discernimiento necesario para comprender la malicia de los actos inmorales.

Ante la denuncia mediática y la documentación probatoria de estos delitos, Naciones Unidas creó o improvisó comisiones investigadoras, pero se trataban de meros mecanismos de defensa por medio de los cuales trató la Organización de resolver una situación embarazosa, sin más castigo para los soldados que haber sido corregidos por sus superiores.

Jorge Royan
La pederastia es la más ignominiosa de las aficiones eróticas por cuanto la protección del menor constituye no sólo una verdadera necesidad sino también una exigencia moral. 

La pérdida de la reputación de los «cascos azules» se consumó en Ruanda (1995), donde la inacción de Naciones Unidas permitió la matanza de 800 000 personas, y en la guerra civil de Yugoslavia, que contempló una reversión a la barbarie no igualada en Europa desde la II Guerra Mundial. En ambos casos, caracterizados por la matanza en masa de prisioneros y habitantes, se demostró que los «cascos azules» no resultaban eficaces en condiciones excepcionales.

En Bosnia (antigua Yugoslavia) la cobardía de los «cascos azules» y la dejación de Naciones Unidas facilitó la matanza en Srebrenica de 8 000 personas. A esta ineficacia se contraponía una notable capacidad para organizar la prostitución infantil, el tráfico de drogas, la trata de blancas y los abusos sexuales, que no contribuyeron en absoluto a la idea de moderación en la actuación de los «cascos azules». Las víctimas propicias eran mujeres y niños abandonados o carentes en su propio hogar de los medios necesarios de subsistencia. Las malas maneras tienen episodios alucinantes, como la violación de pacientes y enfermeras de un hospital psiquiátrico por «cascos azules» a los que les cumplía protegerlas, o el de una enfermera de 23 años que, a creer en los atestados de la policía, fue encerrada en un vehículo acorazado canadiense para ser violada por la tripulación.

Hay que advertir que la existencia de estos delitos no va ligada de modo absoluto a la práctica por todos los soldados de la fuerza internacional, pero estos crímenes rara vez fueron castigados o lo fueron en procedimientos con carácter «ex parte» (totalmente parciales), indicando que los criminales en el seno de Naciones Unidas han gozado de total inmunidad jurídica. La causa, entre otras, hay que buscarla en que esta fuerza multinacional actuaba con una prerrogativa del Consejo de Seguridad, la Resolución 1487, que la exime de ser juzgada por crímenes de guerra o lesa humanidad. Ello no constituye una invitación al ejercicio degenerado de funciones, pero descuida las medidas preventivas y más de la mitad de los miembros de Naciones Unidas pidieron sin éxito la eliminación de dicha resolución.

En tan sombrío panorama, otro dato desesperanzador: la conversión de Naciones Unidas en un organismo fósil, incapaz de presentar un parlamentarismo práctico y propenso a ejercicios de corrupción que, como elementos experimentales de la globalización, pueden tener repercusiones dramáticas en la vida de las futuras generaciones.