16 de marzo de 2014

Crimea vuelve a Rusia

Taras Litvinenko (RIA Novosti)
La incorporación —o restitución— de Crimea a Rusia fue aprobada en referéndum el 16 de marzo por el 97% (1 233 000 votos) sobre una participación del 83%. La hostilidad de Kiev a la minoría rusa influyeron grandemente en este estado del espíritu público de la región, decididamente ruso. Moscú, que dio a Crimea seguridades inmediatas de apoyo contra cualquier ingerencia, se apunta un primer tanto contra la Unión Europea y restablece parte de su prestigio.

La insurrección en Ucrania, en el vulgo «revolución de Maidán», ha supuesto la restitución a Rusia de Crimea (esta fue territorio de aquella hasta 1954). Esta división de Ucrania en favor de Rusia no tiene por qué desembocar forzosamente en guerra civil, pero reviste trascendental significado para el retorno de la llamada «guerra fría» y Kiev se encuentra en estado de preocupación, alarmada ante la perspectiva de episodios similares en Ucrania oriental, región también de espíritu ruso.

En efecto, los jefes políticos y la oficialidad de Kiev están convencidos de que la Ucrania oriental puede sublevarse y que el país no habrá de tardar en desmoronarse interiormente tan pronto como el Ejército ruso, so pretexto de auxiliar las minorías, cruce la frontera. Ucrania se preparó para la lucha, alentada por las seguridades de apoyo que le diera la Unión Europea y la OTAN, pero estos, persuadidos de que Rusia estaba resuelta a lanzarse a la guerra por Crimea, inclinaron la balanza del lado de la negociación y las medidas económicas 

Así, inmediatamente del referéndum, la Unión Europea y Estados Unidos declararon que había llegado el momento de castigar a Moscú, pero sólo usarán el bloqueo económico, especialmente de los intereses de algunos jefes políticos rusos.

Crimea: la «línea roja» de Rusia. Según los halcones norteamericanos, como el republicano John McCain, que visitó Kiev el día 14, entre los objetivos de la política exterior rusa figura el de reunir a todas las minorías rusas en un solo estado. La realidad es que el equilibrio de fuerzas europeo se ha roto en favor de la OTAN con la penetración militar de esta organización hacia el este, que colocó dentro de su esfera de influencia no sólo a todos los países del caduco Pacto de Varsovia sino también algunos territorios de la Unión Soviética (Países bálticos).

Ministerio de Defensa de Rusia
La concentración de carros de combate e infantería mecanizada del Ejército ruso en la frontera de Ucrania es la mayor conocida tras el final de la «guerra fría».
Este avance de las fronteras de la OTAN impulsó a Rusia a buscar sustitutos que remplazaran el extinto Pacto de Varsovia como instrumento de seguridad. Los rusos creían que habían hallado la solución de su problema en la conclusión de tratados de alianza económica con Ucrania y la creación de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), que comprendía Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán, en forma que Rusia se viera rodeada por un cerco de aliados.

El intento de la conclusión por la Unión Europea de un acuerdo aduanero con Ucrania fue otro golpe inferido a la política exterior rusa y con la conformación en este país de un gobierno hostil a Rusia —y sin aval democrático— había saltado hecho pedazos el cinturón de seguridad que defendía a Rusia en el este. Pero este país ha recuperado una parte de su antaño astronómico poderío militar y en 2014 se siente lo bastante fuerte para hacer caso omiso de advertencias y frenar la «política de cerco» que sobre ella ejerce la OTAN.

La simpatía china. Al problema militar acompaña otro de índole económica: China. La abstención de este país en la votación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (15 marzo) sobre el referéndum de Ucrania reflejó su simpatía por Rusia. En efecto, China, país tercermundista en fase de despegue, pero gran potencia económica, vería con agrado cualquier diversión en Europa que desviase la atención de la OTAN sobre Asia oriental, donde chinos y japoneses tienen litigios territoriales (islas Senkaku) y estos a su vez con Rusia (isla Kuriles).

Sin respuesta militar de Ucrania ni la OTAN. La OTAN no desea emprender una guerra para obligar a Rusia a la restitución de la situación fronteriza y Ucrania se encuentra en posición muy desventajosa para enfrentarse a las fuerzas rusas, muy superiores en número, en material, en calidad y en organización. Por añadidura, Ucrania sólo ha conseguido movilizar un 5% de sus reservistas y una parte del Ejército es partidario de Rusia. En el mejor de los casos, esto es, sin divisiones en el Ejército y con todo el material en servicio en condiciones de uso, puede lanzar a la acción 2 brigadas acorazadas, 8 mecanizadas, 3 aeromóviles o aerotransportadas y 3 de artillería. Contra estas tropas, los rusos pueden concentrar un total de 27 divisiones, 3 de ellas acorazadas, y una fuerza aérea de más de 1 000 aviones de combate, cinco veces superior a la ucraniana (unos 280 aviones y más de la mitad de ellos en desuso o inútiles).

La Unión Europea y Estados Unidos han garantizado la integridad territorial de Ucrania, pero un apoyo directo a este país serviría de pretexto a un avance ruso en Ucrania oriental, donde también hay riesgo claro de una insurrección de la «minoría» rusa. Ambas partes declaran que su deseo dominante en Ucrania es evitar la guerra, pero cualquiera que sea el resultado que se obtenga de las negociaciones que puedan tener en el futuro, una cosa parece ya perfectamente clara: se plantea el retorno de la «guerra fría», una válvula de escape para la alta tensión existente en el sistema capitalista. Acaso tal era el propósito.