Kremlin
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En los últimos años, los rusos supieron aprovechar bien el escepticismo sembrado con el engrandecimiento de la OTAN tras el final de la «guerra fría». Bien que los nuevos socios de esta organización se adhirieron casi una década después, siempre de su acuerdo y previa aprobación unánime de los miembros, fácilmente se llegó a la conclusión de una agresiva política exterior de la OTAN y Rusia hizo de ella el uso más concienzudo.
Así, al estallar la crisis de Ucrania, la propaganda rusa había conseguido cierto éxito al persuadir a una parte del gran público europeo de la imagen de Rusia como víctima, así como de la perversidad de la OTAN, y muchos creyeron que Moscú quedaría satisfecho con Crimea y de que no deseaba la anexión de Ucrania oriental. No obstante, algunos jefes militares y políticos creen que Crimea no representa el último de sus objetivos territoriales y el decurso del tiempo parece darles la razón: apoyo a los rebeldes ucranianos, maniobras militares inacabables, una propaganda belicista y ahora el remate de un ataque al «status quo» en Sudamérica.
En efecto, el 13 de julio el presidente Putin inició una visita a Brasil, tras unas breves escalas en Cuba, Nicaragua y Argentina. Dejando a un lado condonaciones de deudas (Cuba) y aperturas a la propaganda rusa (Argentina), esta visita deparó a Putin oportunidad no sólo de estrechar sus relaciones con algunas repúblicas sudamericanas, sino también acuerdos militares, muy pequeños, pero es un primer paso. En Cuba recuperó para el Ejército ruso la «base radioeléctrica» de Lourdes, abandonada en 2001, y en Brasil la presidenta Dilma Rouseff, con la imprudente determinación que caracteriza los políticos populistas sudamericanos, abogó por «una estrecha colaboración estratégica con Rusia, incluida la defensa».
Es evidente que en lo sucesivo Moscú podría intentar empresas más arriesgadas y Bruselas ha tiempo que se previene contra ellas. En mayo, por ejemplo, la Armada española, en colaboración con otros países de la Alianza y más tarde en solitario, realizó unas maniobras en las que se simulaba el apoyo directo a un pequeño país imaginario de la OTAN contra una insurrección instigada por una potencia extranjera (se sobreentendió que la víctima era Estonia y el agresor, Rusia).
Algunos países de América latina, abrumados por los problemas internos, pueden estimar que tienen mucho que ganar con Rusia (los problemas para ellos vendrán después), pero ahora es patente una actitud de continua vigilancia hacia Rusia y un endurecimiento de la posición de Washington y Bruselas.
Fracasados todos los intentos para asegurar unas negociaciones pacíficas con Rusia sobre Crimea y llegar a una solución de la crisis de Ucrania, la Unión Europea y Estados Unidos (léase OTAN) se enfrentan con la alternativa única de oponerse al militarismo y nacionalismo ruso, so pena de graves consecuencias. Esta exposición de los hechos puede parecer alarmismo, como también lo pareció en 1938 las advertencias sobre la anexión alemana de Austria y su penetración comercial hacia el este.