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En 1814 se terminó el primer barco de guerra a vapor, el americano «Demologos», proyectado por Robert Fulton, experimental, que obtenía su impulso propulsor por medio de una rueda de paleta y destinado al custodio de puertos. La aparición de la hélice propulsora (1832), totalmente sumergida y maquinaria por debajo de la cubierta, permitió una protección completa y en los años siguientes las potencias navales construyeron fragatas provistas de hélice como elemento propulsor auxiliar, específicas o reformadas, pero todas ellas sobre armazón de madera. En 1843 comenzó en Estados Unidos la construcción de un barco militar blindado, proyectado por E. Stevens y cometido análogo al «Demologos», pero inconcluso a falta de fondos.
El gran prejuicio contra los barcos construidos de metal se mantuvo hasta la Guerra de Crimea (1854-55), en que los franceses emplearon exitosamente tres baterías flotantes blindadas. Espoleada por tal logro, Francia acometió la construcción del primer acorazado, el «Gloire» (1860), de 5 600 t y diseñado por Charles Dupuy de Lôme. Este primitivo acorazado era, básicamente, una fragata de vela revestida con una coraza, con la artillería en cubierta corrida. Siguió el británico «Warrior» (1861), similar al anterior, pero más pesado y con casco de hierro. Los primeros buques armados con torretas fueron el americano «Monitor» (1862), de torre única, y el danés «Rolf Krake» (1863), con dos simples. Ambos eran poco marineros y el primero, muy pequeño, dio su nombre a un tipo sencillo de poco calado y baja obra muerta, destinado a la vigilancia de litorales y rutas fluviales.
En la década de 1870 la fragata blindada fue desplazada por el acorazado sin velamen y provisto de torres en las que jugaba una artillería menos numerosa y más potente. Como a todo invento militar sigue cierta anarquía, los primeros acorazados presentaban gran variedad de tipos y tamaños, con cañones en torres simples o dobles, a barbeta y casamatas. En 1873 Italia asentó los armazones del «Duilio» y el «Dandolo», con 4 cañones de 450 mm en torres dobles y una coraza de 550 mm de espesor, superior al poder perforante de los ordinarios cañones de avancarga y ánima lisa. A fines del siglo XIX el acorazado común tenía unas 13 000 t de desplazamiento, velocidad táctica de 15 nudos o más y 4 piezas de 305 mm y 8 de 203, habitualmente en torre doble, amén de otros cañones pequeños en montaje sencillo.
El mayor poder de penetración del cañón de retrocarga, con ánima rayada y proyectil alargado, impuso corazas más resistentes. Al blindaje simple de hierro forjado siguió la chapa de acero y de la combinación de este y el anterior surgió un blindaje superior, el «compuesto», pronto sustituido por la chapa de acero con adición de elementos endurecedores, como el níquel en la coraza alemana «Schneider» (1889) o el carbono en la americana «Harvey» (1890). El acero con mayor fortaleza y dureza se consiguió por el método de decarburación, a base de níquel y cromo, sin adición de carbono, ideado en 1893 por el fabricante alemán Krupp. Las mejoras posteriores en otros métodos de construcción no indujeron cambios substanciales y la aparición del proyectil perforante con capacete (1900) deshizo la pequeña supremacía que la coraza venía manteniendo en su duelo con el proyectil.
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El estadounidense «Iowa» en 1898, acorazado común de la época, con batería mixta o multicalibre, a barbeta o casamatas, que dificultaba el control de fuego.
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La desviación de la brújula debida a materiales férreos, caso de las embarcaciones de acero, se eliminó con el girocompás (bitácora magistral), provisto de correctores magnéticos y auxiliares.
Con excepción de algunos combates esporádicos, el acorazado maduró en tiempos de paz y hasta fines de siglo no encontró oportunidad de dar todo su posible rendimiento. En la Batalla de Santiago de Cuba (1898) una moderna escuadra de cruceros españoles cayó bajo otra de acorazados norteamericanos y en 1905 tuvo lugar en el Estrecho de Corea la primera gran batalla de acorazados, la de Tsushima, en la que una escuadra japonesa hundió o apresó 6 acorazados rusos y 18 menores contra una pérdida propia de 3 destructores. Estos combates concluyeron la importancia del alcance y potencia de los cañones.
El británico «Dreadnought», primer acorazado con artillería pesada monocalibre y turbina de vapor (1906), dejó anticuado cualquier acorazado en uso.
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En las marinas adelantadas el esfuerzo principal se orientó a una potencia y protección máximas y al estallar la I Guerra Mundial estaba en servicio el británico «Iron Duke», de 30 800 t y cañones de 343/45 mm. En 1915 entró en servicio la clase «Queen Elizabet», de tonelaje y potencia aun mayores.
El «Invincible» de la Marina británica, primer «crucero de batalla» (1908), básicamente un acorazado con blindaje reducido en beneficio de la velocidad y radio de acción.
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I Guerra Mundial. Al iniciarse la I Guerra Mundial, Reino Unido contaba 27 acorazados «Dreadnought» (están incluidos los cruceros de batalla) frente a 17 alemanes y 10 estadounidenses. Austria-Hungría, Francia, Italia, Japón y Rusia estaban muy rezagados, cada uno con 4 barcos o menos. La nómina de acorazados multicalibre era importante, pero en la posguerra casi todos habrían entrado en desguace.
Tanto en tierra como en mar, la estrategia en la I Guerra Mundial tuvo carácter estático y sólo se registró una gran batalla de superficie, la de Jutlandia (1916), con un despliegue de medio centenar de acorazados y cruceros de batalla. Saldada exiguamente a favor de los alemanes, no reportó beneficio práctico a ninguno de los bandos. En esta batalla se midieron armas a distancias de 15 km frente a los 7 de la batalla de Tsushima. Con objetivos desenfilados, bajo la línea del horizonte, el fuego de la artillería se dirigía desde una alta torre provista de un goniómetro solidario con los elementos de dirección y elevación de las piezas. El objetivo de ataque se ahorquillaba con una sucesión de andanadas hasta la consecución de un tiro más o menos preciso.
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El «South Carolina», que entró en servicio en 1910, primer «dreadnought» estadounidense y también en montar torres parcialmente sobrepuestas.
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Entreguerra. A la terminación de la guerra Estados Unidos y Reino Unido quedaron como principales potencias navales. El acorazado era un elemento de predominio político a escala mundial y el Tratado de Washington (1922) limitó la construcción de este tipo de barcos, con proporciones estatuidas en ventaja de las grandes potencias navales: 5 para Estados Unidos y Reino Unido frente a 3 para Japón y 1’75 para Francia e Italia. Como fuere que americanos y británicos mantuvieron cada uno 15 acorazados con sus escoltas, suficientes para llevar a cabo misiones simultáneas de superioridad mundial, las otras potencias vinieron obligadas a desarmar parte de sus escuadras y, a falta de nuevos barcos, reformar los existentes.
Una exagerada expansión de las armadas durante los periodos de crisis económica tiene desastrosos efectos financieros y el Tratado buscó sancionar a un coste mínimo la lucha por el predominio marítimo mundial. Empero, las divergencias entre los países firmantes ante la inestabilidad política en Europa y el Pacífico impidieron nuevos acuerdos efectivos: en 1930 Francia no firmó el Tratado Naval de Londres, que prorrogaba hasta 1936 las limitaciones estatuidas por el Tratado de Washington; en 1934 Japón comunicó la terminación de este Tratado; al año siguiente Reino Unido consintió formalmente en un fortalecimiento naval alemán; y en 1939 Estados Unidos y Reino Unido notificaron la terminación del tratado básico con Japón.
La clase «Queen Elizabeth» (1915) fue la primera con calderas alimentadas por petróleo, de más fácil manipulación y que ahorra peso y espacio.
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En 1938 la mayoría de los barcos eran de motor diesel (47 %) o accionados a vapor (39%), pero en los acorazados tuvo continuidad la turbina de vapor de la mucha potencia exigida. Los modelos más modernos proporcionaban un gran rendimiento, con altos porcentajes de la energía potencial disponible. La necesidad de ahorrar peso y espacio condujo al empleo de combustibles líquidos, de menor volumen y más fácil manipulación. La serie «Queen Elizabeth» (1915) fue la primera con calderas alimentadas por petróleo y en los años 30 la combustión del petróleo u otro combustible había desplazado totalmente la de carbón. Disponían de hélices múltiples de unos 6 m de diámetro, en número de entre dos y cuatro, con menor rendimiento que la hélice simple, pero mayor capacidad de maniobra y, en caso de timón inútil, aptitud de gobierno.
La invención del radar (1935), perfeccionamiento radical de los métodos de determinación de distancias y direcciones, hizo más eficiente la actuación de los acorazados y permitió tiros exactos en la obscuridad. El primero con sistema de radar a bordo fue el «Nelson» (1938) y al inicio de la guerra muchos acorazados iban provistos de radar de alerta inmediata, con alcance de unos 70 km.
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El japonés «Yamato», con su gemelo «Musashi» el acorazado más grande del mundo.
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Durante la guerra se proveyeron 10 acorazados americanos de varios tipos, 5 británicos «King George V», 3 italianos «Littorio», 2 japoneses «Yamato» y otros tantos alemanes «Bismarck». Los gemelos «Richelieu» y «Jean Bart» estaban incompletos a la caída de Francia y el primero se acabó en astilleros americanos. Los últimos acorazados terminados fueron el americano «Missouri» (1944) y, ya en la posguerra, el británico «Vanguard» (1946) y el francés «Jean Bart» (1952). Los mayores construidos fueron los «Yamato», con un desplazamiento a plena carga de 74 000 t y eslora de más de 260 m. Montaban las bocas de mayor calibre, cañones zunchados de 460 mm y 21 m de largo, proyectil de 1’2 t y alcance máximo de 45 km.
De su abrumadora inferioridad, los alemanes adoptaron las acciones de sorpresa, con unidades aisladas o en número de dos, con poca o ninguna escolta, sin más objeto que el acecho o un triunfo propagandístico. Los éxitos fueron pocos y medianos. La Armada británica hundió al «Bismarck» (1941) en su primera correría y consiguió embotellar al «Tirpitz» y los cruceros de batalla en sus bases. La Armada italiana renunció a una acción decisiva y en 1940 quedó diezmada con la pérdida virtual de 3 acorazados en Tarento, seriamente averiados por aviones británicos con base en portaaviones.
CDC
El francés «Jean Bart», el último acorazado construido (1952) y eliminado en 1969.
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A partir de 1942 el principal papel de los acorazados consistió en proporcionar protección a los portaaviones. Los grandes cañones eran importantes auxiliares de la guerra anfibia, muy apropiados a la intensa preparación artillera que precedía los asaltos, pero en la lucha naval fueron paulatinamente desplazados por la aviación de gran radio de acción embarcada en portaaviones.
Todos los acorazados y cruceros de batalla alemanes y japoneses se perdieron en el curso de la guerra, excepto el «Nagato». Italia perdió 2 acorazados; Reino Unido, 3 acorazados y 2 cruceros de batalla; y Estados Unidos, 2 acorazados. La mayoría cayeron bajo la acción conjunta de la aviación y la marina, de ordinario con grande mortandad de su mucha servidumbre y munición a bordo. Marca cimera el hundimiento del «Yamato», con 3 500 víctimas; es decir, cuantos eran a bordo.
«Guerra fría». Terminada la II Guerra Mundial, no se construyeron más acorazados y los sobrevivientes entraron en desguace o museo en las décadas de 1950 y 1960, excepto los «Iowa». Los últimos acorazados europeos, los franceses «Richelieu» y «Jean Bart», fueron deshechos en 1968 y 1969, respectivamente. Los «Iowa», destinados a la flota de reserva, tuvieron un servicio irregular, casi incidental, como el bombardeo de instalaciones costeras durante las guerras de Corea y Vietnam. En la década de 1980 se ajustaron a la lucha naval moderna, con la adopción de proyectiles cohete autodirigidos y complicados ingenios de control electrónico. En 1991 la intervención del «Missouri» y el «Wisconsin» en las operaciones de Kuwait aportaron nuevos elementos de juicio acerca de la eficacia del acorazado, pero no se reconsideró su utilidad en el futuro y actualmente toda la serie está en desuso. Los estudios estratégicos y tácticos realizados por los Estados Mayores aconsejan su abandono definitivo.
Acorazados españoles. En 1864 se terminó en Tolón (Francia) el primer barco blindado español, por nombre «Numancia», de 7 500 t y casco de hierro. En el quinquenio siguiente se construyeron en Ferrol y Cartagena las fragatas blindadas «Tetuán», «Zaragoza», «Sagunto» y «Méndez Núñez» y se adquirieron en Reino Unido la «Victoria» y la «Arapiles». Construido por los franceses aparece en 1887 el único acorazado español del siglo XIX, el «Pelayo», de 10 000 t, batería principal de 2 cañones de 320 mm, otra intermedia con 2 de 280 mm, una secundaria con 12 de 120 mm y 6 tubos torpederos. La causa del modelo único hay que buscarla en la adscripción a las teorías de la francesa «Jeune Ecole», que sostenían la eficiencia del crucero acorazado frente al acorazado.
CDC
El «España» (1913), primer «dreadnought» construido en este país. Se perdió en 1923 y los otros dos acorazados del tipo se hundieron durante la guerra civil.
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Construcción de acorazados tipo Dreadnought y posteriores (1)
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País constructor
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Número de barcos (2)
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Año (3)
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Reino Unido (4)
Estados Unidos (5) Alemania Japón (6) Francia Italia Austro Hungría Rusia España |
61
36 30 11 11 9 4 4 3 |
1906 - 46
1910 - 44 1909 - 41 1914 - 42 1913 - 52 1910 - 42 1912 - 15 1914 - 15 1913 - 21 | |||
Notas.—1)
Se incluyen los cruceros de batalla; 2) Barcos terminados y
alistados; 3) Terminación del primer y último modelos,
respectivamente; 4) Están incluidos los brasileños «Minas
Gerais» y «Sao Paolo» (1910) y el chileno «Almirante Latorre»,
terminado en 1914 y entregado en 1920, tras servir en la Royal Navy;
5) Están incluidos los argentinos «Bernardino Rivadavia» (1914) y «Mariano
Moreno» (1915); 6) No se incluyen el «Kawachi» (1909), «Settsu» (1912) y «Kongo» (1913), construidos en astilleros británicos.
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