13 de agosto de 2014

La guerra de Kuwait

James Gordon
La Guerra de Kuwait estalló el 2 de agosto de 1990 con motivo de la invasión de este país por Irak, pero en realidad se estuvo incubando desde el mismo día en que Reino Unido reconoció la independencia de Irak, que considera parte de su territorio el rico emirato petrolífero de Kuwait. En el conflicto que siguió a esta invasión de 1990, el Ejército iraquí sufrió una derrota completa frente a una coalición internacional, cuyo peso correspondía a Estados Unidos.

Liberado de la dominación turca durante la I Guerra Mundial, Irak, heredero de la Baja Mesopotamia, quedó bajo mandato británico y en 1932 entró en la Sociedad de naciones como Estado independiente, en la forma de monarquía constitucional.

En junio de 1961 alcanzó plena independencia Kuwait, en este año el mayor productor de petróleo de Oriente Medio, con más de 90 000 000 t. Este pequeño sultanato estaba ligado a Reino Unido por un tratado de amistad y desde 1934 la «Anglo-Iranian Oil Company» tenía una concesión para explotar su petróleo. Irak exigió inmediatamente la anexión de Kuwait so pretexto de que formó parte de la antigua Basora Otomana, pero hubo de renunciar a sus pretensiones sobre el territorio a causa del despliegue de tropas británicas.

La primera invasión de Kuwait. La inestabilidad política que planteó en Irak el separatismo kurdo y la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días facilitaron un golpe de estado del Partido Socialista Baas, que nombró jefe político al general Hassan Bakr. El nuevo régimen, contrario a cualquier tipo de solución pacífica del problema palestino, nacionalizó sus yacimientos petrolíferos en 1971 y acordó un Tratado de Amistad con la Unión Soviética. Fortalecido con grandes cantidades de material soviético, el Ejército iraquí ocupó en 1973 una parte del territorio kuwaití, pero hubo de volver sobre sus pasos ante las amenazas de Estados Unidos, Irán y Arabia Saudita.

Greg MacCreash
El primer barco despachado en auxilio de Arabia Saudita ante la amenaza iraquí fue el portaaviones de propulsión atómica «Dwight D. Eisenhower», de 90 000 t y dotación de 89 aviones. Le seguirían los «Saratoga», «America», «John F. Kennedy», «Theodore Roosevelt», «Ranger» y «Midway», los dos últimos en el golfo Pérsico y el resto en el Mar Rojo.
Sadam Hussein toma el poder. En 1979 murió el general Bakr, circunstancia que aprovechó Sadam Hussein, vicepresidente del Consejo del Movimiento Revolucionario, para unir en su persona los cargos de jefe del Estado, presidente del Consejo de la Revolución, primer ministro, comandante de las Fuerzas Armadas y secretario general del Baas. De seguido, se consagró a una autoridad personal omnímoda y puso las armas al servicio de objetivos territoriales y económicos.

El aumento casi geométrico del precio del crudo y la afirmación del fundamentalismo islámico en Irán y Afganistán, en este último a resultas de una invasión militar soviética, sirvieron a Irak a componer una política exterior cuyos objetivos sólo podían alcanzarse mediante la agresión y la conquista.

Para llevarla a cabo se consideró necesario entablar amistad con una potencia europea de primer orden, destruir el poderío de Irán, someter Kuwait a férula iraquí y neutralizar Arabia Saudita. Tal programa significaba, en última instancia, un conflicto armado con las potencias occidentales que destruyese su influencia cultural y económica. Así, el primer paso esencial sería ganar un notable poderío militar. A más de una treintena de lanzadores fijos y once móviles, Irak adquirió 819 misiles «Scud», que sirvieron al desarrollo de una cohetería autóctona, y acordó con Francia la fábrica de una central nuclear, prólogo para el arsenal atómico.

US Department of Defense
Durante la guerra de Kuwait los bombarderos B-52G volaron desde la isla Diego García (Océano Índico), Reino Unido y aun Estados Unidos, perdiéndose uno de estos por acción de las defensas antiaéreas de cohetes iraquíes (21 febrero 1991).
La guerra del Golfo. El mayor obstáculo para los propósitos iraquíes era la superioridad demográfica y militar de Irán, firme aliado de Estados Unidos bajo el reinado del «sha» Reza pahlevi. Empero, la proclamación de una República Islámica (1979) desorganizó y desmoralizó al Ejército iraní como consecuencia de las purgas entre los militares profesionales sospechosos de «tibieza en sus convicciones islámicas».

Convencido de que las fuerzas iraníes no estaban preparadas para la guerra, el Ejército iraquí penetró en Irán en 1980 con intención de destruir su poderío militar y ocupar toda la desembocadura del estratégico estuario de Chatt el Arab, donde se asientan los principales puertos iraquí (Basora) e iraní (Khorramshahr). Como el Derecho de guerra prohíbe la iniciación del estado de guerra sin ser precedida de una declaración, el agresor pretextó que se adelantaba a un ataque militar inminente, lo que, en sentido jurídico-internacional, convirtió la suya en una guerra defensiva.

Los iraquíes no pudieron provocar un rápido desenlace y después de algunas ganancias territoriales el frente se estabilizó en una guerra de posiciones, que se prolongó por el entrecruzamiento de factores financieros, políticos y religiosos. No obstante ser Irán una nación persa, ambos bandos convenían en un proyecto panárabe; pero el laico de Irak, opuesto al integrista islámico de Irán, ganó el apoyo del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudita, Kuwait, Bahrein, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Omán) y una gran parte de la Liga Árabe.

US Air Force
Los primeros cazas desplegados en Arabia Saudita tras la invasión de Kuwait fueron 48 F-15 «Eagle» de la 1ª Ala de Caza, de la base virginiana de Langley (7 agosto 1991). Los F-15 norteamericanos derribaron 36 aeronaves iraquíes (misiles AIM-7 y 9) contra una pérdida propia de 3 aviones (defensa antiaérea).
La guerra trastocó la economía de los beligerantes, pero con consecuencias menores para Irak, generosamente subsidiado por las acaudaladas monarquías petroleras árabes, no por solidaridad ideológica, sino por temor del expansionismo proselitista de los principios revolucionarios islámicos del Gobierno iraní. Irak no consiguió el control del litoral del Chatt el Arab, pero ganó rango de potencia regional así su enemigo, exangüe en los aspectos financiero y armamentístico, aceptó en 1988 el cese inmediato de los combates exigido por Naciones Unidas.

Armas de destrucción masiva. Durante la guerra los iraquíes emplearon agresivos químicos contra los iraníes y los rebeldes kurdos, caso del bombardeo de la aldea de Halabja (5 000 muertos). Los países occidentales practicaron una «política de apaciguamiento» en la creencia de que cualquier sacrificio compatible con su seguridad nacional e intereses económicos era preferible a un conflicto que beneficiaría al fundamentalismo islámico y, a pesar de que en 1990 el Servicio de Aduanas británico interceptó un cargamento de detonadores nucleares destinados a Irak, no adoptaron una actitud preventiva ante la posibilidad de que Sadam Hussein empleara armas de destrucción masiva contra naciones vecinas.

Descuidar las medidas restrictivas no constituía, obviamente, una invitación a su empleo, pero alentó la continuación de la agresiva política exterior iraquí, que apoyó públicamente el terrorismo palestino y amenazó bombardear Israel con armas químicas.

Clifton Kershaw
Un tanque M1A1 en el desierto de Kuwait; caracterizado por su capacidad para el combate nocturno, gran movilidad y excelente protección, resultó muy superior al ruso T-72 del Ejército iraquí, pero su eficacia es feudataria de una complicada logística.
La Guerra de Kuwait. Las consecuencias de tales equivocaciones se hicieron patentes tan pronto como Sadam Hussein envió unos 100 000 soldados para ocupar Kuwait (2 agosto 1990). Esta concentración y organización de las fuerzas militares iraquíes y su desplazamiento a la frontera del emirato representan antes un «fracaso» del espionaje de los países occidentales que un éxito del invasor.

Sin defensas naturales ni profundidad de campo, las tropas kuwaitíes, unos 20 000 hombres, estaban en posición muy desventajosa y la expugnación del país se consumó en pocas horas. El invasor contó el apoyo de una parte de la minoría palestina local, cuya tranquilidad creía haber asegurado Kuwait con la concesión de ayudas financieras a los países afectados por la guerra con Israel.

Estos acontecimientos exigían una acción rápida y el mismo día en que tuvo lugar la invasión Naciones Unidas exigió de Irak una retirada inmediata e incondicional. El envío al Golfo Pérsico y el mar Rojo de portaviones norteamericanos con sus escoltas y el apoyo de una mayoría de la Liga Árabe a Kuwait resultaron esenciales para convencer a Saddam Hussein de que no continuase su avance, si bien es dudoso que hubiera podido enlazar la operación sobre Kuwait con una inmediata invasión de Arabia Saudita.

US Department of Defense
El crucero norteamericano CG-67 «Shiloh» lanzando un misil «Tomahawk» durante la operación «Desert Strike».
Si la agresión iraquí ganó de Naciones Unidas una condena unánime, la opinión pública quedó dividida ante la perspectiva de luchar en defensa de un Estado totalitario; cierto es que en Kuwait se celebraban elecciones para la Asamblea Nacional, pero se trataban de candidaturas individuales, los partidos políticos estaban prohibidos y sólo podían ejercer el voto los varones de más de 21 años y de familias con residencia probada en Kuwait desde 1920.

La conmoción que causó la invasión de Kuwait en el mundo de los hidrocarburos incidió de plano sobre la economía de Occidente por su absoluta dependencia de fuentes de aprovisionamiento foráneas. Así, once de los trece países que despacharon barcos a la zona de crisis eran afectos a la OTAN; es decir, todos sus miembros a excepción de Alemania, Islandia, Portugal y Turquía.

El decurso de los días inmediatos probó que Irak no acertó a presentar batalla en el lugar más adecuado ni en el tiempo más favorable ni con la superioridad de fuerzas necesarias. A fin de ganar partidarios para su causa, el dictador iraquí inició en 12 de agosto la primera parte de lo que pretendía ser una importante operación política: proclamó la «Jihad» (guerra santa) y condicionó el repliegue de sus tropas a «una solución global en la región», es decir, una retirada israelí de los territorios árabes ocupados y otra siria de Líbano.

R. Price
Soldados del Tercer batallón de carros (1ª División de «Marines») reciben instrucciones antes del ataque a las líneas iraquíes.
El segundo paso fue amenazar con un bombardeo químico a Israel a fin de involucrar a éste en el bando atacante, parte activa que hubiera comprometido gravemente a los gobiernos árabes que participaban de la Coligación. La primera no cosechó resultados prácticos y la segunda se conjuró así Estados Unidos ató en corto a Israel con la promesa de ventajas ideales y materiales.

A este aislamiento político de Irak se sumó otro geográfico. Con una ínfima salida al mar y fronterizo con países alineados con Naciones Unidas (Turquía, Siria y Arabia) u opuestos a su política (Irán), Irak no tenía más frontera amiga que la de Jordania, cuyo único puerto, Aqaba, era fácilmente controlable por un bloqueo naval. De esta manera, sin una razonable posibilidad de éxito, no se acierta a entender esta maniobra de Irak. La idea de que había ido demasiado lejos para poder retirarse sin mengua de su orgullo y que una guerra era la única oportunidad de salvar al Régimen no convence.

Como el Derecho internacional no reconoce la ocupación o adquisición lograda por las armas ni los iraquíes se avinieron a la retirada de Kuwait, Naciones Unidas legitimó en 29 de noviembre el empleo de la fuerza para expulsar a las tropas iraquíes de Kuwait si estas no se retiraban de su acuerdo antes del 15 de enero de 1991. Este plazo se fijó en razón al tiempo necesario para componer una «concentración estratégica» creíble.

Lee Bosco
Las fuerzas iraquíes perdieron en la Guerra de Kuwait 3 700 carros, 2 400 vehículos acorazados y 2 600 piezas de artillería, aproximadamente el 70% de su capacidad anterior a la guerra.
Agotado todos los recursos de solución pacífica, el arbitraje de las armas fue inevitable. Si nos circunscribimos a un estudio cualitativo, pues el aspecto cuantitativo no es suficiente, Irak era una potencia militar de segundo orden: los tanques principales de su parque acorazado, un millar de T-72 y T-72M1 de facturas soviética y polaca, no podían medirse en paridad de armas con los occidentales (su cañón D-81TM de 125 mm no era efectivo contra el blindaje frontal del americano M1A1HA, en tanto el suyo era vulnerable a los de 105 mm que armaban los antiguos M60A1).

Su fuerza aérea (al Quwwat al Jawwiya al Iraqiya), excepción de un corto número de aviones modernos (12 MiG-29) y otros de cierta eficacia (80 Mirage F-1EQ), alistaba modelos obsoletos, como el caza «Fishbed» o el bombardero «Badger»; y su infantería era ella toda de leva y pésimamente instruida, excepción de la guardia pretoriana de Hussein —2 divisiones acorazadas y otras tantas de infantería motorizada—, que tampoco era un dechado de habilidad.

La táctica iraquí desestimó el valor del factor aéreo y pretendió embotar la maniobra con un sistema de trincheras construidas a través de Kuwait y el S de Irak, forzando un punto muerto que se tradujera en una paz ventajosa. Esto es, el Ejército iraquí adoptó un curso de acción defensivo, el más a propósito cuando el objeto capital es reducir a una eficacia mínima la ofensiva enemiga, pero que sólo evita la derrota, reduce la eficacia de la fuerza y estorba la libertad de acción.

US Department of Defense
Un BMP-2 kuwaití en los arrabales del Emirato, con cañón de 30 mm y cohetes contra-carro 9K113 «Konkurs».
Rotas las hostilidades, el factor electromagnético fue resolutivo y el Ejército iraquí quedó descoyuntado en los primeros días de la ofensiva aérea de los Aliados, preparada con el mayor lujo de detalles e iniciada en 17 de enero de 1991 («Tormenta del Desierto»). Durante esta operación la Armada norteamericana contó con una unidad organizada de 4 portaviones en el Mar Rojo y 2 en el Golfo Pérsico. Se volaron 110 000 misiones aéreas y se arrojaron unas 85 000 t de bombas sobre Kuwait e Irak. Los aviones de la Coalición derribaron 42 aeronaves iraquíes y destruyeron más de 200 en tierra, contra una pérdida propia de 50 aviones, la mayoría por acción de la defensa antiaérea (30) y falla mecánica (6). La aviación iraquí sólo consiguió derribar un avión de la Coalición.

Desbaratada la unidad de mando, los movimientos iraquíes se complicaron y durante la ofensiva terrestre aliada (24 febrero) perdieron 20 divisiones o más en apenas dos días de combates. Los iraquíes presumieron sendas acometidas simultáneas sobre sus flancos («doble envolvimiento»), pero recibieron un ataque dirigido hacia su retaguardia, más allá de su flanco occidental («movimiento envolvente») con objeto de obligarles a volverse hacia la amenaza creada, rompiendo así su línea y facilitando un ataque de «penetración» sobre esta, en los puntos que se suponían más débiles.

El tercer día quedó abierto el camino hacia Bagdad, pero el avance aliado cesó presupuesto de que la Coligación se formó con el único fin de liberar Kuwait. Los Aliados sufrieron unas 200 bajas frente a más de 150 000 iraquíes. Deshecho su ejército y en grave peligro el Régimen baasista, el día 26 Irak restauró el «status quo ante bellum», mas sin reconocer las fronteras del emirato.

US Department of Defense
Una columna acorazada iraquí destruida por un ataque rápido de la aviación estadounidense durante la guerra de Kuwait.
La posguerra. En 14 de marzo el emir kuwaití y su corte regresaron a su país. Acusados de colaboracionismo, los palestinos fueron objeto de represalias y de los 400 000 presentes en el emirato en los días inmediatos a la invasión sólo se les permitió el regreso o continuación en el país a unos 50 000. Estas medidas se extendieron a casi toda la población extranjera, que representaba más de la mitad de los 2 150 000 habitantes del país, plan que pretendía reducir la población a un millón de personas con clara mayoría kuwaití.

Durante la retirada los iraquíes destruyeron las infraestructuras industriales del emirato, principalmente petrolíferas, y las fabulosas reservas financieras kuwaitíes se agotaron en costosísimos programas de reconstrucción y la financiación en gran parte de la operación militar internacional.

A fin de dibujar la intervención extranjera como una defensa de las libertades, el emir prometió un proceso democratizador y en octubre de 1992 se celebraron elecciones libres para la Asamblea Nacional, pero con importantes restricciones, como un electorado ínfimo (unos 80 000) y la negación del voto femenino. Básicamente, el nuevo sistema de gobierno era una monarquía absolutista con un órgano electivo de poca entidad. Consecuencia directa del conflicto fue el ingente pedido que Kuwait pasó a los arsenales europeos y norteamericanos.

En Irak, la adopción de severas medidas represivas impidió que a la desintegración militar acompañara el colapso político. No acaecieron, pues, cambios básicos en la estructura de poder, mas sí en la económica: la deuda exterior antes de la guerra, unos 75 000 dólares, ascendió a más de 200 000 millones con el pago de reparaciones de guerra.

Ed Bailey
Acogida dispensada en la capital de Kuwait a las tropas de la Coalición tras la liberación del emirato y la rendición iraquí.
El boicoteo a la industria iraquí y el desvío de los escasos recursos nacionales a rehacer su ejército conllevó una carestía en bienes de consumo. Ante la urgente gravedad, Naciones Unidas creó en ventaja de la hambrienta población iraquí el programa «Petróleo por Alimentos», pero este resultó un ejercicio de corrupción, tanto por parte del beneficiario como del benefactor.

El otro frente. A más del político y militar, el conflicto de Kuwait ha tenido otro frente: el del petróleo. La elevación continuada del precio del crudo impuesta por la OPEP desde 1973, que multiplicó la liquidez de los productores del Golfo Pérsico y otorgó a estos una capacidad especulativa en los mercados monetarios, obligó a los países occidentales a economizar el consumo de energía y a utilizar fuentes energéticas alternativas, sucediendo un recorte substancial del consumo petrolífero que rompió a la baja el precio del barril (18 dólares en 1986, 12 en 1988). Tal programa se vio favorecido por Arabia Saudita, interesada en forzar una baja continuada del petróleo a fin de eliminar a sus competidores más débiles y, de seguido, imponer su política económica a Occidente.

Esta contracción de los precios resintió la economía de los países productores al punto de obligarles a recortar y aun suprimir muchos gastos, algunos con el agravante de una reducción de las reservas conocidas y el lastre de gastos en armamento. La invasión de Kuwait rompió esta dinámica al operar en los mercados petrolíferos consecuencias semejantes a las de la guerra árabe-israelí de 1973 y el precio del barril alcanzó antes de finalizar agosto los 30 dólares. Como la liberación de Kuwait no supuso la paz, sino un continuo estado de cierta inquietud, con hostilidades episódicas siempre instigadas por Irak y con la eviterna oposición francesa a una expugnación del país, el petróleo propendió el alza y una década después superaría los 70 dólares.

España en la Guerra de Kuwait. Véase el artículo «España en las guerras de Kuwait e Irak».