9 de septiembre de 2014

Cataluña: la sombra del fascismo

Renitor
El movimiento secesionista en Cataluña (España) parece un plan de conjunto, con ribetes totalitarios, que comenzó en la década de 1980 con la limitación de la libertad de información y el adoctrinamiento de masas, especialmente en las escuelas, movimiento instigado por políticos regionales y revoltosos oportunistas a los que ahora se relaciona con una cadena de delitos económicos a gran escala y propósitos ilícitos

En efecto, en octubre de 1985 el Parlamento catalán aprobaba una ley por la que se creó el Colegio Profesional de Periodistas de Cataluña. La colegiación obligatoria limita la libertad de información a unos pocos profesionales y así lo entendieron tanto el Instituto Internacional de Prensa (IPI), que agrupaba entonces a profesionales de unos 60 países, como el Defensor del Pueblo, que presentó recurso de inconstitucionalidad.

Tras golpear la libertad de información comenzó el adoctrinamiento de masas. En las escuelas se ha impuesto la lengua única (catalán) y una historia torcida de España para inculcar en los niños un desprecio a todo aquello relacionado con este país, excepción, por supuesto, de Cataluña. Finalmente, la lengua catalana se impuso al comercio y a la industria de la región so pena de sanciones económicas a los propietarios. Varias personas denunciaron estos abusos, especialmente en la educación de sus hijos, y el Tribunal Supremo falló en favor de los mismos, pero el Gobierno regional («Generalidad») estorba o imposibilita la educación en español.

Pese a estas coacciones en forma de coerciones, que atentan contra el buen discurso de la libertad y la democracia, el espíritu secesionista nunca sobrepasó el 20% ni la lengua catalana desplazó a la española tras tres décadas de control y adoctrinamiento social.

Un movimiento muy oportuno. El secesionismo en Cataluña explotó en 2012. En este año, juicios muy críticos persiguen la gestión económica del Gobierno regional, responsable último de la bancarrota financiera de Cataluña, y aparecen indicios de que una parte del Gobierno y Parlamento catalanes podría verse implicada en una obscura cadena de delitos económicos a gran escala.

El espíritu secesionista es popularizado por la televisión pública regional (TV3) y otros medios subsidiados por la Generalidad, que influyeron en las conciencias y mentalidades para mover multitudes en un descarado ejercicio de control social. Así, el 11 de septiembre de 2012, fiesta regional de Cataluña («Diada»), se manifiestan en Barcelona unas 400 000 personas que la maquinaria mediática barcelonesa (el resto de Cataluña es irrelevante) transforma en más de... un millón y medio de manifestantes.

Monumento a Rafael Casanova (1660-1743), que durante la Guerra de Sucesión sostuvo la candidatura del archiduque Carlos al trono de España. Como fuere que en 1713 era jefe de las fuerzas de Barcelona sitiadas por Felipe V, las escuelas catalanas quieren convertir a este patriota español en... símbolo «independentista».
La consecuencia de esta manifestación súbita del efecto secesionista es evidente: minimizó la atención al grave problema económico que trajo la desastrosa gestión de la Generalidad y, por supuesto, a las actividades ilícitas de algunos funcionarios regionales. En política no existe la casualidad y pocos días después el presidente de la Generalidad, Arturo Mas (desde 2000 se hace llamar Artur), intenta sin éxito obtener ventajas económicas del presidente de la nación, Mariano Rajoy, que no acepta imposiciones por intimidación y antepone la aplicación literal de las leyes.

Las masas adocenadas, caso de los separatistas, carecen de actitud crítica y creen que los supuestos delincuentes políticos y económicos relacionados con el separatismo son víctimas de una difamación. Percatados de la ignorancia o ingenuidad de las masas, funcionarios separatistas buscan seducir nuevos simpatizantes con promesas alucinantes en caso de una secesión de Cataluña: reducción de la siniestralidad en carretera y en la incidencia del cáncer, pensiones más generosas, continuación de los privilegios que por hoy tiene Cataluña como región española (ciudadanía europea, moneda única, mercado común) y otras disolutas fantasías sin argumentos jurídicos ni científicos.

Fracaso electoral. Arturo Mas, certero en una abrumadora victoria de su partido («Convergencia y Unión»), adelanta en dos años las elecciones regionales, pero propaganda y apariencia no se ajustan a la realidad y, no obstante ganar, pierde doce escaños (noviembre 2012). La inestabilidad social favorece el multipartidismo y este beneficia a las coligaciones revoltosas, caso de «Izquierda Republicana de Cataluña» (ERC), partido irrelevante hasta la fecha, que se convierte en la segunda fuerza política de la región e impone sus intereses al presidente Mas. Estas elecciones prueban la inexistencia de una mayoría secesionista y abre el Parlamento catalán a partidos separatistas marginales, exóticos e inútiles.

La Generalidad y sus medios de comunicación subsidiarios, públicos o encubiertos, redoblan los esfuerzos para aumentar el número de simpatizantes y en la festividad regional de 2013 se forma una «cadena humana» de la que participan unas 700 000 personas en una región con ocho millones de habitantes. Nuevamente, los organizadores y afines hablan de dos millones de participantes, mentira probada en 2014 tras un examen gráfico riguroso.

La Comisión Europea había anunciado, inequívocamente, que todo territorio separado de un estado miembro de la Unión Europea se excluye «ipso facto» de la misma y pierde todas las prerrogativas de que goza (ciudadanía europea, moneda única, mercado común). Sin embargo, los separatistas insisten en imaginarios recovecos legales para la continuidad de Cataluña como territorio independiente en la Unión Europea y esta decide acabar con las dudas: el 16 de septiembre de 2013, Joaquín Almunia, comisario de la Unión, anuncia que una Cataluña independiente quedaría excluida de la Unión Europea, anuncio reafirmado tres meses después por Herman van Rompuy, presidente del Consejo europeo, y Joao Barroso, presidente de la Unión. Ante la contundencia de Bruselas, tanto Izquierda Republicana (Oriol Junqueras) como la Generalidad (Arturo Mas) admiten que la secesión dejaría Cataluña fuera de Europa; es decir, la ruina humana y material de la región.

Renitor
Catalanes manifiestan su condición de españoles en Barcelona (2013).
A partir de aquí, hay acciones de los secesionistas que por su extravagancia mueven a risa, como la de Izquierda Republicana, que llega a proponer la doble nacionalidad para los ciudadanos de una Cataluña independiente (catalana y española). Por otra parte, la televisión pública regional recurre a métodos tan recusables como el uso de niños para el adoctrinamiento de masas o parodias del asesinato del Rey.

«Falsos» catalanes. Según el Centro de Documentación Católico (CDC) y otras fuentes, cosa del 70% de los secesionistas son emigrantes de otras regiones españolas o hijos de los mismos, y los apellidos más vulgares entre ellos son García, Fernández... Así, la Generalidad invitó a los residentes en la región a «catalanizar» sus nombres e incluso apellidos. Otro dato curioso e inquietante es la significativa participación en el movimiento separatista de la emigración musulmana, una parte de ella relacionada con el radicalismo islámico que reclama territorios europeos.

Ignorados por todos. El esfuerzo por «internacionalizar» la causa secesionista fuera de la Unión Europea también fracasó. El presidente Mas, a costa del erario público y haciéndose acompañar de una comitiva económicamente sospechosa, visitó sin éxito Rusia, Israel, India y otros, donde se le recibió como a un funcionario español o, simplemente, se le ignoró en las más altas instancias.

¿Nuevos «camisas pardas»? Sin argumentos legales, la Generalidad anuncia decisiones cercanas al delito de prevaricato y el secesionismo callejero se hace más agresivo, con ataques brutales a personas, en ocasiones encapuchados y armados de cuchillos, como los ocurridos en Barcelona en octubre de 2013, y en los que la Policía regional u autonómica («Mozos de Escuadra») se distinguió por la falta de resultados, incluso en el caso de medio centenar de estudiantes que se refugiaron en la Universidad de Barcelona tras propinar una paliza a un muchacho que repartía publicidad sobre el Día de la Hispanidad. También se señalan con signos amenazadores los comercios y viviendas de catalanes que defienden su españolidad o, simplemente, son refractarios al movimiento secesionista.

Sin apoyos de la Unión Europea ni Naciones Unidas ni organizaciones económicas o empresariales, con una clara advertencia de la OTAN y la mitad de la población catalana contestaria, en enero de 2014 la Generalidad intenta otra vez ganar la consideración de algún país, pero al que sólo responde Francia y en estos términos: «Cataluña es una región española y por lo tanto un tema interno de España, competencia de su soberanía exclusivamente».

Los secesionistas no tienen ahora más instrumento que el delito de prevaricato, un referéndum ilícito e inútil sin más perspectiva que dividir Cataluña en dos mitades con consecuencias fatales (recordemos que «la consulta popular mediante plebiscito» es una de las notas que Duverger atribuye al fascismo). Un afamado cantante de los años 80 y 90 describió así la situación en Cataluña, con la contundencia inherente a toda síntesis: «Como los camisas pardas, [los separatistas] pretenden utilizar la democracia para imponernos una dictadura».

¿La sombra del Fascismo? Dejando aparte personajes económicamente sospechosos y la idea de un chantaje político a fin de obtener dinero u ocultar delitos económicos, entre las razones que determinan la gestación de este movimiento secesionista aparece como preponderante la virulencia juvenil (tan fácil de manipular), fruto de tres décadas de adoctrinamiento escolar que refleja en sus postulados diversos mitos y mentiras oficiosas.

Los secesionistas señalan como culpables de todos sus males a las instituciones democráticas españolas, no obstante son políticos catalanes los sospechosos de corrupción y delitos económicos. Intentan minar la mayoría silenciosa por medio de la propaganda y el espectáculo callejero, utilizando los medios de comunicación para rebajar la moral de la mayoría y fortalecer la propia, promueven el delito («desobediencia civil») y se organizan supuestos grupúsculos separatistas armados en potencia («El Mundo», septiembre 2014). Si ante tales hechos se substituye la bandera regional (Cataluña) por la nacional (España) pocos vacilarían en llamarlo Fascismo u otro movimiento donde una minoría, más o menos abultada, busca acabar con una mayoría pacífica y legalista.