24 de octubre de 2014

Los zombis de la «guerra fría»

US National Archives
Ante la imposibilidad de proteger la población de un ataque atómico y la preocupación de que la misma luchara en masa por la supervivencia, en los años de la «guerra fría» se preparó un plan para el internamiento y destrucción sistemática de las personas irradiadas, a las que pusieron nombre en clave «zombi». En 2014 se publicó un plan que, dejando aparte escenarios peliculeros, enlaza con el anterior y amplia sus objetivos.

Con la posibilidad cada vez mayor de un ataque atómico, los países de la OTAN y el Pacto de Varsovia desarrollaron amplios programas de defensa civil, con miles de voluntarios estrechamente relacionados con los organismos de policía y sanidad, pero nunca existió una verdadera defensa civil, o cuando menos efectiva, por limitaciones presupuestarias y técnicas.

En 1980 la Unión Soviética había construido unos 20 000 refugios que podían cobijar en condiciones de hacinamiento unos 13 millones de personas; es decir, sólo el 5% de su población. En Estados Unidos, en este mismo año, se acordó un programa quinquenal para la defensa civil por valor de 2 000 millones de dólares frente a los 80 000 necesarios para una red nacional de refugios o los 15 000 para proteger las poblaciones más cercanas a los «objetivos contrafuerza» (bases de cohetes y bombarderos estratégicos, radiocomunicaciones y cuarteles generales).

La imposibilidad de desocupar una ciudad grande en menos de tres días y el grave problema de alojamiento y alimentación de sus habitantes acabaron con el ánimo de los más optimistas. La proliferación de refugios particulares, así como también la publicación de folletos que sirvieron para enseñar a la población a protegerse con medios caseros, fueron el aviso de que no todo funcionaba como debiera y en 1982 el periodista Duncan Campbell, enjuiciado tres años antes por la «Ley de secretos oficiales», publicó un libro denunciando la inutilidad de la defensa civil británica (UKWMO, «United Kingdom Warning and Monitoring Organisation»), una de las más caras y completas de Europa.

Percy Jones
Soldados estadounidenses en la base de Elmendorf (Alaska). Los ejércitos OTAN son los mejores preparados para enfrentar catástrofes y el combate nuclear, pero algunos dudan de su cometido con la población civil tras un golpe atómico masivo.
El plan. La consecuencia fatal de no poder proteger el conjunto de la población es la pérdida de control sobre la misma y se preparó un plan secreto para después de un bombardeo atómico, que ordenaba 1) abrir mastodónticas fosas comunes en campos de golf u otros vastos terrenos, 2) el fusilamiento de los heridos graves y 3) internamiento de las personas irradiadas en «campos de concentración», con privación de alimentos y ayuda sanitaria (a estos últimos pusieron nombre en clave «zombis» y, al parecer, la preocupación en que lucharan en masa por su supervivencia arrancó a las «autoridades políticas y militares» el consentimiento para esta matanza).

¿Por qué el nombre «zombi»? En la superchería popular, zombi es un cadáver humano que ha sido revivido por arte de Brujería. Esta creencia, fundada sobre la ignorancia, nace en Haití y es popularizada por la farándula cinematográfica. La idea popular de la apariencia del zombi guarda un grotesco parecido con las manifestaciones de la enfermedad por radiación (áreas hemorrágicas en la piel, caída del cabello, postración) y algún idiota o indolente tuvo la feliz idea de usar «zombi» como sinónimo de irradiado.

«Conplan 8888». En mayo de 2014 se publicó un documento, dícese que de abril de 2011, que refiere el plan de la Dirección General Estratégica de Estados Unidos para enfrentar «la amenaza de hordas de zombis» y cuyo prefacio afirma que «no fue diseñado como un chiste». En Europa el asunto movió a risa, pero otros lo miran con cierta inquietud.

En efecto, dejando aparte esperpentos novelescos o peliculeros para seducir a ciertos «grupos sociales», este plan parece la continuación de aquel otro de la «guerra fría», con ampliación de objetivos. La «invasión zombi» se puede usar como sinónimo de irradiados andando sin determinación o desesperados, y parece innecesario explicar el sentido de objetivos como «ayudar a las autoridades a mantener el orden», «declarar la ley marcial en todo el país», «acuartelamiento de las tropas», «autoridad militar mundial» y, caso necesario, «guerra nuclear a escala global».

ABC Motion Pictures
El telefilme «The Day After» (1983) describió con gran realismo el bombardeo atómico de una población. Causó tal conmoción en la opinión pública que el presidente Reagan pronunció un discurso para tranquilizar aquella.
En fin, tras 40 días (curiosamente el intervalo de tiempo para que suceda la muerte de los irradiados más graves y un sopor profundo en los individuos que recibieron una dosis menor de rayos gamma), las tropas saldrían de sus cuarteles para rematar a los «zombis» y asegurar territorios y comunicaciones. Es decir, tanto este plan como su predecesor en la «guerra fría» legitiman el genocidio como medio de supervivencia y el estado de sitio como forma única de gobierno.

¿Holocausto imposible? En los tiempos actuales el peligro del ataque nuclear cobra nuevo impulso. Primero por la miniaturización y perfeccionamiento del explosivo atómico, que hace dificilísima la defensa de una ciudad, en especial frente al terrorismo islámico, que ha anunciado repetidas veces sus propósitos. Segundo, el mal papel de Rusia y China en la estabilidad mundial, que provocan litigios territoriales (Ucrania, Senkaku) y hacen del militarismo y de la tecnología nuclear elementos principales de sus políticas exteriores. En 1989 había unas 69 500 cargas atómicas frente a unas 16 000 en 2014, el 93% de ellas propiedad de Estados Unidos y Rusia. Se trata, pues, de un arsenal cuatro veces mayor del mínimo necesario para asestar un golpe atómico masivo (unas 3 000 o 4 000 cabezas con potencias de 550-750 kilotones).

España. Por razones nunca explicadas, la dirección de la televisión pública española (RTVE) inutilizó el teléfono «conrad» (conexión en radiocadena), dispuesto en los entes públicos de comunicación para la oportuna alarma de un ataque nuclear. Ante la imposibilidad de evacuar sus ciudades en plazos razonables y alojar sus habitantes, el Gobierno español no previno más medida ante un golpe atómico masivo que el estado de sitio (resignar todas las funciones en la autoridad militar). En los años 80 este país tenía la mayor reserva de la OTAN (más de un millón de hombres), superior a la de Estados Unidos y sólo inferior a la Unión Soviética, pero los técnicos pronosticaron la imposibilidad de asegurar el control militar de la población.

En España existen de entre 500 y 700 refugios nucleares particulares con unas 20 o 30 000 plazas y el último de ellos, que se sepa, se terminó en 2012, con capacidad para unas 200 personas y supervivencia de 12 a 18 meses. De cuantos se conocen, el más importante es el «búnker de La Moncloa» (Madrid), de unos ocho kilómetros cuadrados y con todo lujo de detalles (comunicaciones de mando, armería, quirófano, cafetería, cementerio). Su coste y características son secretos, pero parece ser que similares a los otros en Holanda y Noruega.