24 de abril de 2015

Otro asteroide hacia la Tierra

NASA
En octubre de 2012, astrónomos del observatorio de Pan-Starrs (Hawai) descubrieron un asteroide de unos 25 m que pocos meses después pasó a 27 000 km de nosotros. Este astrículo, por nombre 2012 TC4, tiene una órbita aberrante muy excéntrica que le acerca mucho a nuestro planeta, e incluso a penetrar en su órbita, como en 2012, y es observado con gran atención en razón de una posible colisión con nuestro mundo en 2017.

Desde la década de 1970 constituyen una preocupación de primer orden y desde la de 1990 su vigilancia se ha intensificado, especialmente los del grupo «Amor» (Ícaro, Toro, Dédalo...), que penetran en el interior de la órbita terrestre, y «Apolo» (Eros, Alinda, Lick...), que se acercan mucho a la Tierra, con el agravante de que la atracción de nuestros planetas vecinos (Venus y Marte) modifica constantemente sus órbitas.

Por ahora están catalogados más de un millar de «asteroides que rozan la Tierra» o EGA («Earth Grazing Asteroids»), muchos evadidos del cinturón situado entre las órbitas de Marte y de Júpiter, pero más lejos, a una distancia de unos 9 billones de kilómetros, se halla la Nube de Oort, con una concentración millonaria de potenciales proyectiles cósmicos que miden entre una y varias decenas de kilómetros (uno de ellos, el cometa Shoemaker-Levy, salió de su órbita en la dirección del Sol y en 1984 se precipitó sobre Júpiter).

Existen algunos sistemas de detección automática y algunos creen en una providencial andanada de cohetes con explosivos atómicos para conjurar la amenaza, pero la realidad no invita al optimismo. En efecto, muchos astrónomos coinciden en que el «gran destructor», el asteroide que acabará con la vida inteligente en la Tierra, o al menos la civilización, será un peñasco de unos 10 km, negro como el carbón y aparición casi súbita. Un ejemplo cercano es el asteroide BA de 1991, de 9 km, descubierto pocas horas antes de que pasara a unos 160 000 km de la Tierra (la Luna gira a una distancia media de unos 384 000 km).

NASA
El asteroide Ida, con un diámetro medio de 31 km, y su satélite Dactyl, de 1'4 km. Las lunas de los asteroides, exceptuando los mayores, tienen órbitas aberrantes y fácilmente se pierden, convirtiéndose en peligrosos proyectiles cósmicos a causa de una trayectoria constantemente deformada por la atracción que sobre ellas ejercen otros astros.
La aptitud mortífera de un asteroide depende de su tamaño, densidad, ángulo de colisión con la superficie terrestre, número de astrículos (algunos asteroides tienen una diminuta luna) y velocidad (de entre 50 000 y 140 000 km/h, según sea una colisión «frontal» o «por alcance»).
La energía desprendida por el impacto de un meteorito de sólo 10 m, que pesa de 2 000 a 4 000 t, según sea su composición, y a la velocidad de 70 000 km/h, sería equivalente a la explosión de una bomba atómica de 500 kT; y en uno de 1 km y 2 500 millones de toneladas, a la de millares de bombas atómicas detonadas al unísono. Los meteoritos suelen caer en los océanos o en regiones desérticas, que cubren más del 80% de la superficie terrestre frente a un 4% de las regiones muy pobladas, pero uno de sólo 50 m, como el que cayó en 1908 en la región de Tunguska (Siberia), constituiría un cataclismo al agitar violentamente las aguas del mar, con olas de 100 m que arrasarían extensas fajas costeras.

Dejando aparte la aptitud mortífera directa del asteroide, el efecto inmediato de un bombardeo cósmico sería el oscurecimiento de la atmósfera por una nube de polvo en suspensión, provocando la interrupción de la fotosíntesis en las plantas y la ruptura subsiguiente de las cadenas tróficas, continentales y oceánicas, con cambios climáticos drásticos (descenso rápido y brutal de las temperaturas del planeta y un contraste estacional más marcado). Estos cambios en sí mismos parecen insuficientes para provocar la desaparición de la vida, pero el hombre, tan debilitado por la tecnología, no tiene posibilidades en la competición biológica con otros mamíferos.

Defensas «anti-asteroide». En 1996 tuvo lugar en Cheliabinsk (Rusia) una conferencia internacional en la que se postuló el explosivo atómico para evitar la colisión de asteroides con la Tierra, en este caso desviándoles fuera del ámbito terrestre. Sin embargo, se piensa que la solución nuclear sólo es eficaz contra astrículos de menos de 1 km y, como poco, seis meses antes de que llegara a la Tierra. Estados Unidos y Rusia tienen inventariados unos 900 misiles balísticos intercontinentales (ICBM), de dos o tres fases, algunos con cabeza de combate múltiple, pero ajustar el tiro con los oportunos cálculos requiere su tiempo y muy pocos modelos pueden alcanzar la «velocidad de escape» necesaria para un golpe preciso y rápido en el espacio profundo. Por supuesto, la ilusoria acción combinada de todo el arsenal nuclear mundial (en 2013 unas 22 000 cargas, reservas incluidas) sería inútil frente a un asteroide como Alinda, de sólo 5 km y tan denso que su masa se cifra en unos 300 000 millones de toneladas.