16 de enero de 2017

Reino Unido, un caballo de Troya en la Unión Europea

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Reino Unido se adhirió a la Unión Europea casi arrodillado (1973), tras fracasar en su intento de destruirla, y en 1980 esgrimió la amenaza de retirarse de esta organización para conseguir privilegios irritantes. El rosario de problemas que planteó desde entonces sembró de dificultades el camino para la unión política, económica, monetaria y militar, sobre todo militar, de Europa, que hacen de Reino Unido un exponente significativo del llamado «caballo de Troya».

Reino Unido salió de la II Guerra Mundial en bancarrota financiera y la dependencia absoluta de la libra con respecto al dólar, razones fundamentales por las que los sucesivos gobiernos británicos se han visto obligados a defender la política internacional de Estados Unidos, incluidas hazañas militaristas en Extremo Oriente. Este gasto bélico, siempre a costa de las políticas sociales, agravó el déficit de la libra, que se aliviaba, otra vez, con una contribución de Estados Unidos, asegurándose así la servidumbre británica a la política norteamericana.

Así, Reino Unido se había opuesto en la posguerra a la constitución de las comunidades europeas: en 1951 rehusó su participación en la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) y en 1957 en la CEE (Comunidad Económica Europea), en 1958 intentaría la dislocación de esta desde el interior de la OECE (Organización Europea de Cooperación Económica) y en 1959 rivalizaría con ella creando con Austria, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Portugal, Suecia y Suiza la AELE (Asociación Europea de Libre Cambio).

La AELE no logrará impedir el auge económico de la CEE (Alemania Federal, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Holanda) y en 1965 los británicos abandonaron a sus asociados para recabar su entrada en el mercado continental. Su candidatura sería rechazada en 1963, 66 y 67, pero la cuarta petición británica formulada en 1969 fue bien acogida por Georges Pompidou, el presidente que sucedería a De Gaulle en ese año, y en 1973 Reino Unido, Dinamarca e Irlanda se adhirieron a la Comunidad Europea. (Un dato curioso: durante el trienio 1971-74 las relaciones entre Estados Unidos y la CEE se caracterizaron por una tirantez motivada por razones monetarias, comerciales y políticas; las dos últimas fueron resueltas tras la entrada británica, pero el problema monetario siguió pendiente.)

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De Gaulle dudaba de las convicciones proeuropeas de Reino Unido y acusaba a este país de depender excesivamente de Estados Unidos, al punto de que en tanto fue presidente de Francia siempre rechazó su entrada en la Comunidad Europea. 
Un país con problemas. La adhesión de Reino Unido había coincidido con una mala coyuntura socio-económica de este país: en 1964 declaró el estado de emergencia ante una serie de huelgas como consecuencia de una fuerte crisis económica y un aumento espectacular del paro forzoso, en 1967 sucede la devaluación de la libra esterlina (14%) y un crecimiento monstruoso del déficit en la balanza de pagos, en 1968 el Gobierno presentó un «presupuesto salvaje» por la fuerza de su austeridad y aparecen las llamadas «huelgas salvajes», en 1969 se contaron más de 3 000 movimientos huelguísticos, en 1970 movilizó las tropas para enfrentar una huelga de cargadores de puerto, en 1972 una huelga de mineros y otra de los ferroviarios paralizó la producción del país (faltó la calefacción y la luz eléctrica) y en 1973 las huelgas locales, que venían sucediéndose unas a otras, se hicieron simultáneas. La entrada en la Comunidad Europea alivió tales problemas, pero no atenuó las malas intenciones.

Y entró el «Caballo de Troya». Muchos sospechaban que Reino Unido, con su entrada en la CEE, deseaba impedir la realización de la Europa financiera y este temor fue harto evidente cuando, en 1980, rehusó participar en la creación del SME (Sistema Monetario Europeo). Al mismo tiempo, los británicos violaron la regla de preferencia común (importaban un enorme volumen de productos de Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda) y el principio de solidaridad en las cuales se asientan las instituciones europeas (su contribución neta al presupuesto comunitario fue reducida en dos terceras partes para los años fiscales 1980 y 1981). Desde que se produjo este primer enfrentamiento, Bruselas condujo durante varios años una estrategia de aislamiento de Reino Unido reforzando la solidaridad de los otros miembros de la Comunidad Europea, pero aquel no dejó de ser el origen de numerosos conflictos que han bloqueado o retrasado importantes decisiones, dando lugar a lo que se conoce en terminología comunitaria como «el problema británico».

Unión Europea
Nigel P. Farage (n. 1964), eurodiputado abiertamente a la derecha y predicador del «Brexit», reconoció públicamente que hizo de la mentira o el engaño un instrumento de propaganda, forma de falsificación y pérdida de realidad que deslegitima, en el ámbito de la ética, el resultado de la consulta.
La Unión Europea (UE) constituía ya en la década de 1990 la primera potencia económica del mundo, pero Reino Unido, que con Alemania, Francia, Italia y España formaba el grupo de los llamados «Cinco Grandes», era una especie de paria, al margen de la moneda común y excluido del «Espacio Schengen» (los británicos no pueden circular dentro de la Unión sin cumplir los oportunos trámites de aduana y policía).

«Brexit». En 1975, Reino Unido celebró su primer referéndum relativo a la retirada del país de la Comunidad Europea y por una mayoría de dos tercios el electorado optó por permanecer en ella. Sin embargo, el tema había sido lo suficientemente importante como para convertirse en una bandera política y la propaganda electoral del nuevo Gobierno de David Cameron (2010-16) incluía someter a consulta pública la eventual retirada de Reino Unido de la Unión Europea.

Las falsedades de los «euroescépticos» (tradicional aislacionismo de Reino Unido con respecto al continente, perjuicios a la industria y la agricultura del país, condiciones de ingreso en inferioridad, pérdida de soberanía, discusiones en el plano de la inmigración) llegaron a producir resultados positivos a causa de su repetición constante y la salida británica de la Unión Europea («Brexit») fue aprobada en referéndum el 23 de junio por el 51'8% sobre una participación del 72'2%. Los partidarios de abandonar la Unión Europea ganaron sólo en Inglaterra y Gales (en las otras regiones de Reino Unido la oposición a esta medida fue refrendada por una mayoría). La opinión pública británica resultó conmocionada por el resultado y la esperanza que parecía abrirse paso era una segunda consulta popular, pero Bruselas exigió de Londres acortar plazos para su inmediata salida de la Unión Europea y la nueva primera ministra Theresa May (13 julio 2016) afirmaba enfáticamente que «Brexit is Brexit».

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Lejos de informar de la verdad del «Brexit», la primera ministra Theresa May la ocultó o tergiversó, secuela indudable del aislamiento que sintió no sólo entre sus antiguos socios de la Unión Europea sino también en la cumbre anual del G-20 en China. 
Los presidentes Obama de Estados Unidos y Juncker de la Unión Europea advirtieron de una política que deja en situación de aislamiento difícilmente soportable a los británicos en el caso de que estos se pusieran al margen de la Unión, aislamiento que se hizo sentir de inmediato en la cumbre anual del G-20 que tuvo lugar en China (5 septiembre 2016), como reconoció públicamente la primera ministra May: «Vienen tiempos muy difíciles para los británicos».

El «milagro Trump». El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos (8 noviembre 2016) vino a sacudir el futuro muy incierto de Reino Unido fuera de la Unión Europea. En efecto, el nuevo presidente estadounidense, personaje reaccionario en extremo y enemigo declarado de la UE, permite a Londres negociar con Washington un trato de favor para las mercancías británicas, con lo que se restituye —si alguna vez dejó de existir— esa caricatura de los «lazos privilegiados» que unen a Estados Unidos y Reino Unido, en realidad una autoridad absoluta del primero. Y un paso inmediato de Trump consiste en el ataque al «status quo» de la Unión Europea...