18 de marzo de 2017

¿Por qué quieren acabar con Trump?

Renitor
El mes de marzo de 2017, transcurrido sólo unas semanas de la Administración Trump, se presenta en Estados Unidos bajo el signo de importantes mutaciones políticas, con una gestión tildada de radical a causa de las muchas reformas anticonstitucionales o impopulares que quiere emprender. Pero se tratan de mutaciones sólo aparentes porque Donald Trump no ha impreso un giro de 180 grados a la trayectoria mantenida por anteriores presidentes.

Puede decirse, por supuesto, que el presente año está siendo testigo de un auténtico crujir de las estructuras políticas y sociales de Estados Unidos, pero el inmovilismo es perceptible tanto en la política doméstica como en la exterior: recorte de los gastos sociales y aumento en flecha de los gastos militares; es decir, la esencia de la política estadounidense indistintamente de la opción presidencial. Sin embargo, Trump llama a las puertas de la desgracia al potenciar el proteccionismo, esto es, reducir la liberalización e impulsar el proteccionismo en el comercio internacional.

Con este renacido dinamismo proteccionista, que en política exterior ha estado presidido por el signo general de hacer frente a la Unión Europea, acabará enemistado con las entidades internacionales (Organización Mundial del Comercio, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial) encargadas de regular el comercio multilateral, de modo que se pueda lograr una mayor coherencia en una política económica global.

Resulta evidente que la aplicación del proteccionismo genera focos de tensión en el mundo, puede desencadenar una serie de «guerra de tarifas» que en nada benefician a la Unión Europea ni los Estados Unidos, favorece el establecimiento de monopolios y desde el punto de vista del consumidor resulta incuestionable que el proteccionismo eleva los precios. Así, pues, los aspectos nacionalista e individualista del proteccionismo que postula Trump carecen de sentido ante la creciente interdependencia de la economía mundial.

Renitor
Mike Pence en el momento de tomar posesión de la vicepresidencia. Creen algunos que Trump pondrá su cargo en manos del gobierno y, automáticamente, se produciría el nombramiento de Pence para la presidencia. Se conoce de él una mayor flexibilidad negociadora que a Trump y su política un tanto incolora, más atractiva a las elites.
Trump es el presidente de la mayor potencia mundial (sólo la Unión Europea está a su altura) y con ello creen algunos que puede consumar sus objetivos. Empero, los jefes de Estado o de gobierno tienen, en la práctica, un poder teórico, mientras la verdadera autoridad reside en realidad en manos de círculos de intereses y capitales, que mueven los hilos de la escena política aparente. Y estos verdaderos jefes, personas misteriosas de reconocida influencia, no parecen interesados en abandonar el diseño de su política económica global, un diseño que en el caso de Estados Unidos deja el 70% de la riqueza nacional en manos del 1% de la población. Así, salvo un cambio espectacular en su actitud, Trump es un cadáver político. 

¿Cómo acabar con Trump? La manifestación más visible es el intento de destitución parlamentaria de Trump («impeachment»), en relación con cuestiones técnicas (evasión fiscal, iniciativas legislativas anticonstitucionales) o a propósito de un supuesto espionaje ruso al Partido Demócrata y la candidata Hillary Clinton («Rusiagate»), del que se habría beneficiado para ser elegido en las elecciones presidenciales.

¿Un presidente llamado Mike Pence? Investido presidente, Trump pasó a ser objeto de un hostigamiento frontal por parte de los medios informativos y comienzan a aparecer complicidades dentro de la Casa Blanca con nombres siempre en las proximidades del presidente Putin de Rusia. Paralelamente el vicepresidente Mike Pence es sospechoso de la publicación imprudente de secretos de Estado cometida en tiempos anteriores a la vicepresidencia, pero el asunto no parece revestir la importancia necesaria para que termine con la dimisión de Pence (aunque si la tuviese para acabar con las posibilidades electorales de Hillary Clinton). ¿Acaso ya existe la idea de que Pence podría ser convertido en presidente, por substitución automática constitucional, si Trump llega a dimitir como consecuencia del caso «Rusiagate»? En el artículo «Trump y Hillary, ¿campaña o comedia?» ya se adelantó que «si un fallo en el funcionamiento de los sistemas aparentemente democráticos lleva al poder a una persona no grata, queda el viejo recurso del pistolero solitario o del accidente vascular, de ahí la importancia de los vicepresidentes».