2 de enero de 2013

Estela química («chemtrail»)


La idea de que se utilizan aviones de pasaje para esparcir sobre áreas pobladas substancias nocivas es inverosímil. Sin embargo, el uso de aviones para espolvorear con agentes patógenos áreas habitadas, mayormente en África y con las farmacéuticas como beneficiarias, es un precedente que sugiere mayor desconfianza en este asunto de las «estelas químicas».

La existencia o no existencia de las estelas químicas se está convirtiendo en un tema apasionante y controvertido, pero incapaz de salvar la ledanía de la «leyenda urbana». Hace unos 20 años de la primera referencia a ellas, las observadas en el cielo de Estados Unidos, señaladas por R. Finke y a las que el periodista W. Thomas (1999) puso nombre «chemtrail», contracción de «chemical trail», nombre que traducido al español se convirtió en «estela química». Después serán muchos los observadores y estudiosos de estas estelas, mayormente profanos, pero también algunos científicos.

Miles de personas han presenciado las evoluciones de grandes aviones que dejan tras de sí una blanca columna gaseosa. Las observaciones coinciden fundamentalmente en atribuir a estas discutidas estelas una gran anchura y durabilidad, mayormente al amanecer y atardecer, que se extienden y descienden hacia el suelo, y una débil niebla que envuelve por las tardes el escenario. Unas veces se presentan aisladas y otras en grupos, formadas por aviones que evolucionan a la vista de los observadores. La estela química se asocia con un tratamiento en gran escala y en atmósfera abierta, en el que se emplean suspensiones desconocidas lanzadas desde aviones en vuelo para causar cambios en el clima y aun la genética humana.

Imagen de un supuesto espolvoreo «chemtrail»
Ante hechos como éste la gente admite las ideas más siniestras o se encierra en un terco escepticismo. «Internet» y algunos diarios y revistas se llenan de noticias y reportajes, las prensas lanzan centenares de libros en torno a las estelas químicas, surgen clubes de angustiados denunciantes y de sesudos investigadores que publican páginas electrónicas, planteando la gran incógnita: ¿Existen o no existen las estelas químicas? En estas condiciones va resultando cada vez más difícil la postura indiferente y es preciso alinearse en uno u otro bando de opinantes: el de los escépticos, refractarios a todo aquello que no puede comprobarse, y el de los crédulos, para quienes una mera hipótesis o indicio es una prueba irrefutable. En el entremedio, los relativistas, arrollados por las ideas neuróticas de los anteriores.

La supuesta estela química semeja una nube blanca y ligera, en forma de barbas de pluma. Es difícil, pues, distinguir entre una estela química y un cirro, salvo las regiones de la atmósfera en las que se presentan. Para explicar el fenómeno se aventuró la condensación de los gases de escape de la planta motriz de la aeronave, con unas condiciones atmosféricas dadas, pero que no explica enteramente las peculiaridades de la llamada estela química. Ello no autoriza ninguna interpretación subjetiva y, por otra parte, no puede admitirse la existencia de tales estelas cuando ni siquiera se sabe su finalidad (cambios en el clima, comunicaciones experimentales, efectos genéticos) ni se prueba científicamente su consecuencia. Es significativo que ningún país se cree en el caso de investigar lo que pudiera haber de cierto en el fenómeno.

La polémica no lleva camino de terminar tan pronto. Los denunciantes esgrimen el «extraño patrón de vuelo» de algunas aeronaves y la partículas habidas en el suelo sobrevolado por aquellas, una rara colección de bario, aluminio y estroncio; los escépticos, en su mayoría sin preparación de vuelo o científicos frustrados, niegan toda explicación exótica a un misterio; y frente a estos, los crédulos con explicaciones en las que se entremezclan el cambio artificial del clima, el radiotransmisor «Haarp» o los efectos genéticos.

Hoy son algunos los científicos y medios de comunicación que admiten la posibilidad de que estemos siendo espolvoreados, pero sin consenso en la finalidad.

US Department of Defense
Escenas como esta de dos soldados preparando un avión para espolvoreo son presentadas como prueba de los «chemtrail». Constituye un lamentable abuso de la buena fe de los interesados en este asunto.
Identidad y forma de los aviones. En algunas grabaciones se echan de ver irregularidades en las formas de los aviones, pero en cuantas ha examinado el CDC (Centro de Documentación Católico) queda probada la naturaleza técnica de dichas anomalías, según el tipo de cámara electrónica, como la distorsión horizontal o «rolling shutter», inherente a los sensores CMOS; la contaminación lumínica en un CCD, con distintas formas según el tipo de grabación (entrelazado o progresivo); y en menor medida fenómenos naturales originados por la luz.

En cuanto a los propietarios de los aviones, algunos señalan, sin más pruebas que meras razones, a compañías aéreas relacionadas con las fuerzas armadas («Evergreen») u organismos técnicos militares con cometidos de inusual naturaleza. Como ejemplo de tales organismos puede ponerse, entre otros varios, la Dirección General de Material de la Fuerza Aérea o AFMC («Air Force Material Command»), cuya misión es proporcionar con oportunidad a las Fuerzas Aéreas estadounidenses todas las armas y sistemas ofensivos aeroespaciales necesarios para mantener la superioridad. Como fuere que una de sus unidades logísticas, la 309º AMARG, tiene su sede en Davis-Monthan (Tucson), base cercana a Red Rock, donde, supuestamente, se reforman aviones comerciales para operaciones por espolvoreo, algunos presentan como señal o prueba esta mera asociación geográfica.


ANEXO: PRUEBAS Y RAZONES


La estela que deja tras sí el motor de un avión es producido por la expansión de gases y la diferencia térmica entre estos y el medio ambiente, con una durabilidad y espesor directamente proporcionales a la humedad del aire atmosférico, altura de vuelo (10 o más kilómetros) y temperatura (-50º C). Fuera de tales condiciones, la estela es producida, cuando menos, por aditivos en el combustible.

NASA
El vapor que despiden los motores de este «DC-8» de la NASA es el resultante, mayormente, de aditivos en el combustible
Razones. Los «grupúsculos de poder» han soñado durante siglos con poder condicionar y utilizar las masas («control social»), a las que ven como meras estadísticas en los intereses ideales y materiales del grupo. Los primeros adelantos prácticos para poder cambiar el tiempo se hicieron en 1965 con programas estadounidenses dirigidos a incrementar el régimen de lluvias en zonas áridas, a los que siguieron operaciones encaminadas para hacer estragos en la agricultura y en todo caso en la población humana de un país «enemigo». Entrelazado con el anterior, está el «raid» aéreo con fumigación de bosques para arruinar este con su fauna, como el empleo clandestino de defoliantes. Este desprecio por la vida humana llegó hasta el extremo de experimentar explosivos atómicos en áreas habitadas (Unión Soviética) o exponer a las mismas personas con deficiencias mentales (Australia).

También se ha ido más allá, independientemente de las consecuencias legales, en el concepto de «control social». En 1975 quedó probado un programa secreto de narcosíntesis aplicada de la CIA, con millares de víctimas y la participación de farmacéuticas, y también hay dudas razonables en un expolvoreo con LSD del pueblecito francés de Point Saint Esprit (1951), que afectó a centenares de personas con numerosos casos de muerte y demencia locura irreversible, o de nematicidas fitosistémicos en la intoxicación colectiva que afectó en España a más de 20 000 personas (1981). Es significativo que en algunas de estas operaciones se emplearon aviones disfrazados de vuelos comerciales o privados sin que tales complicaciones indujeran filtraciones, lo que deshace uno de los argumentos esgrimidos por los que no creen en la estela química.

Pruebas. La idea de la estela química es sobrada en razones, que sirven para opinar, pero los hechos requieren pruebas y ante estas las fuerzas críticas están en posición muy desventajosa: por una parte, son incapaces de presentar un frente común y están contaminadas de supersticiosos y oportunistas; por el otro, les resultan prohibitivos los instrumentos para un trabajo de alcance, como, entre otros, un globo sonda provisto de higrómetro (determinar la humedad del aire atmosférico) o filmadoras especiales (la condensación es un proceso exotérmico, es decir, emite calor).

Prospectiva. De momento, las pruebas materiales estarían en contra de la existencia de la «estela química». Sin embargo, ante los precedentes más arriba expresados, y alguna acción sospechosa contra hechos que se consideran nocivos para la economía de las farmacéuticas, hay argumentos importantes por los que no resulta razonable oponer obstáculos a la idea de una difusión intencional y encubierta de substancias nocivas para el «control social».