27 de diciembre de 2013

El papa Francisco no cree en el Dios católico

Gobierno de Argentina
El cardenal Bergoglio, que desde su investidura como obispo de Roma no había dejado de servir de blanco de críticas y acusaciones por su tendencia excesivamente crítica acerca de la Ortodoxia católica, ha negado públicamente al Dios católico y propugna tolerancia con la homosexualidad y el aborto. A esta paradoja se suma una constante sucesión de declaraciones en las que Francisco es el mismo noticia.

A mediados de 2013 aparecieron públicamente unos documentos que evidencian la relación del cardenal Bergoglio con la masonería («B'Naith B'Rith»), o grupos afines («Rotary Club»), y en los que se subrayaba la ocultación manifiesta de un pasado herético (véase Francisco y la masonería). Los documentos eran, por lo menos, de una contundente oportunidad, pues aparecían unos pocos meses antes de que Francisco declarase públicamente, en carta abierta al periodista Eugenio Scalfari (septiembre 2013), que «el Dios católico no existe» y describiese en su lugar un «principio integrador» de las experiencias religiosas; esto es, la unidad entre todas las religiones que promueven algunas asociaciones, mayormente la masonería. También se declara anticlerical, pero sin aclarar si se opone a la intervención excesiva del clero en asuntos políticos o en la vida de la Iglesia, matiz muy relevante.

Otro dato de interés: Francisco intenta una «renovación» en la que pone por encima de la Ortodoxia católica la conciencia del hombre; es decir, dejar a éste el juicio práctico sobre lo que se debe moralmente hacer u omitir (conocimiento interior del bien y del mal), el «dictado de la razón» defendido por las sectas sincretistas o iluminadas. Desde esta perspectiva, Stalin o Hitler o Pol Pot no cometieron pecado en tanto actuaron de acuerdo con su orden moral, indistintamente de su procedencia (imperativos de la razón práctica, extraños misticismos, intuición, etc.).

Sus críticos ven en las declaraciones de Francisco síntomas de secularización, una contradicción con las ideas expuestas por papas predecesores y aun la Biblia, como la tolerancia que propugna con la homosexualidad y el aborto o la defensa de progresistas radicales a los que el Vaticano les prohibiera la predicación y la cátedra por desviaciones heréticas.

Probablemente, estas declaraciones son celebradas por aquellos que se apartaron de la religión y los intelectuales que la ponen en cuestión, pero inducen a católicos ortodoxos a que se alejen del nuevo obispo de Roma, abandono que pasa desapercibido por una razón paritaria: aquellos se alejan de Francisco en igual medida que se acercan a él los llamados «católicos de avance».

¿Pero es real esta imagen de Francisco y sus «errores» de doctrina? Si es así, fundamentan la idea de que las víctimas de esta nueva «revolución», llevada adelante por Francisco, serán no sólo los católicos ortodoxos sino también los católicos en su conjunto.