16 de junio de 2014

El triste legado del presidente Obama

US Department of Defense
Barack Obama inauguró un programa presidencial que en política internacional no parece ajustarse a la opción electoral que decía representar, pues asumió las mismas opciones que sus predecesores y sin producir soluciones válidas. La dureza de su política exterior, más o menos disfrazada, ha creado grandes problemas que pueden ser el origen de una contienda mundial para la que Estados Unidos parece prevenirse por razones económicas y hegemónicas.

Su periodo presidencial se abrió en 2009 con las más solemnes promesas domésticas (derechos civiles, transparencia informativa, sanidad pública), pero en la línea de aislar a Rusia condujo a la situación de mayor tensión desde el final de la «guerra fría» (despliegue de misiles en Europa, injerencia en Ucrania, diplomacia agresiva en Asia oriental) y deterioró las libertades humanas con el abuso del espionaje y una guerra antiterrorista sin garantías legales, con el asesinato de centenares de niños e inocentes (véase La amenaza de los «drones»).

Podría argüírse en descargo del presidente la importante presión de los grupos conservadores y que los jefes políticos son cargos teóricos, que no prácticos, dirigidos por los círculos o grupúsculos de poder más o menos invisibles que condicionan la política internacional, pero como titular de la suprema magistratura de Estados Unidos, Obama es responsable último de la política de este país.

Así, en su segundo mandato (2012), la atracción de Obama se ha deteriorado rápidamente y con la sensación de una guerra larvada en Ucrania y Asia oriental que restituye la existencia de dos bloques antagónicos, pretexto para un aumento de los gastos en defensa. Se trata, pues, del programa conservador y duro que caracteriza a Estados Unidos en política internacional desde la II Guerra Mundial. Y ahora parece progresar en sus aspectos más negativos con la intervención en Ucrania, que acabó con la paciencia de Rusia.

Tal orden de las cosas fundamente la idea de que una conflagración más o menos universal viene incubándose desde hace años como aliviadero de una economía capitalista estresada, especialmente la estadounidense, con la mayor deuda exterior del mundo (60 billones de dólares), agravada a su vez por la continuada constricción del gasto militar de la OTAN europea y otros países supuestamente aliados.

La presidencia de Obama confirma, pues, que la política internacional estadounidense parece un aparato que repite su acción automáticamente: relaciones económicas internacionales por el peso de los armamentos de guerra, los mismos como aliviadero de la economía nacional, la perpetuación de privilegios utilizando el potencial militar y zonas de influencia político-militar que aseguren los mercados del petróleo.

Obama dijo que Europa y Japón no se rearman suficientemente. Tal opinión en un personaje galardonado con el Nobel de la paz (2009) es una paradoja difícil de entender para la gente humilde, pero la realidad es que entre las políticas exteriores de los presidentes estadounidenses, fuese cual fuese su opción electoral, no hay más diferencias que matices. Obama no ha sido la excepción, aunque sea, según algunos, el primer presidente estadounidense no nativo (véase Barack Obama: ¿presidente ilegítimo?).