26 de junio de 2015

Conflicto de Malvinas y los «euromisiles»

Kenneth Ian Griffiths
A fines de los años 70 el deterioro de la distensión entre la OTAN y el Pacto de Varsovia se había traducido en un rearme nuclear del teatro europeo. Las fuerzas armadas soviéticas habían incrementado su capacidad de ataque sobre Europa occidental (unos 80 bombarderos «Backfire» y 120 cohetes SS-20) y la OTAN decidió dotar los países europeos de más misiles nucleares para restablecer el equilibrio, pero muchos no aceptaban el despliegue en su suelo de estos misiles.

En diciembre de 1979 los ministros de Asuntos Exteriores de los países miembros de la OTAN aprobaron la decisión de instalar en Europa occidental 464 misiles de crucero y 108 cohetes «Pershing 2», cuyo alcance les permitía llegar a la Unión Soviética. Estas 572 nuevas armas atómicas («euromisiles») vendrían a sumarse a las más de 7 000 que la OTAN poseía ya almacenadas en suelo europeo y suponían un innegable impulso a la carrera de armamentos.

Sin embargo, esta decisión estaba muy lejos de haber recibido la unanimidad de los estados afectados: Noruega y Dinamarca no aceptaban armas nucleares dentro de sus fronteras, Bélgica y Holanda manifestaron serias reticencias al respecto y en Alemania del oeste, Italia y Reino Unido la opinión pública era claramente contestaria. Entre los países señalados como receptores de las nuevas armas, Reino Unido era el más firme partidario de la instalación de euromisiles, pero la decisión final no estaba clara ante el resultado incierto de las próximas elecciones. La inflexible política monetarista aplicada por el Gobierno conservador de Margaret Thatcher se había plasmado en un aumento espectacular del desempleo y las bajas de la producción industrial y de las exportaciones de bienes manufacturados, lo que se concretó en un avance de la izquierda laborista, que afirmaba su oposición a la nuclearización del país.

US Department of Defense
El Martin Marietta «Pershing II», modelo emblemático de los llamados euromisiles, era un bifásico de propelente sólido con un alcance de 1 770 km y cabeza nuclear sencilla (W85). El despliegue de estos misiles impulsó una nueva carrera de armamentos que llevó a la Unión Soviética a la ruina. 
En marzo de 1981 la izquierda laborista quedó dividida con el providencial lanzamiento de un nuevo partido de centro-izquierda, socialdemócrata, que rompió formalmente con el Partido Laborista. Los problemas de este partido no confirmaron la seguridad de la primera ministra conservadora para un segundo mandato y la izquierda, aun dividida, se oponía a los planes de la OTAN: el Partido Liberal, en su congreso de septiembre de 1981, aprobó la condena de la instalación de los euromisiles norteamericanos en territorio británico; y el Partido Laboralista, en su congreso de octubre en Brighton, aprobó una resolución a favor del desarme nuclear unilateral y el cierre de las bases extranjeras.

En marzo de 1982 se reanudó el pleito entre Reino Unido y Argentina por el archipiélago de las Falkland —Malvinas para los argentinos—. Pese a los temores crecientes, Reino Unido no reforzó sus pírricas defensas en este archipiélago y Argentina lo ocupó en abril, prácticamente sin luchar. Inmediatamente, Reino Unido recibió el total apoyo de Estados Unidos. Dos meses después, las tropas argentinas en las islas se riendieron sin condiciones (véase «Guerra de Malvinas y la OTAN»). O bien se trató de un ejercio de miopía militar —y política—, o bien alguno engañó al Gobierno argentino con «garantías invisibles».

El éxito militar en las Falkland reforzó el poder de la primera ministra Thatcher, pero la petición de responsabilidades al Gobierno por parte de la oposición no fue enteramente satisfecha (la dejadez británica ante la posibilidad de un golpe en estas islas contrasta con el rápido refuerzo en 1977 de las defensas de Belize, en el contencioso sobre este territorio entre Guatemala y Reino Unido).

White House
Margaret Hilda Thatcher (1925-2013), firme partidaria de la instalación de «euromisiles», retuvo el cargo de primera ministra en las elecciones de 1983 y 1987, pero presentó la dimisión en 1990, año en que desaparece el Pacto de Varsovia.
En octubre de 1982, durante el Congreso anual del Partido Conservador, Thatcher consiguió la aprobación de su gestión como primera ministra y la decisión de más gastos militares pese al problema del paro —3 200 000 desempleados en esa fecha—. El deterioro económico era evidente y Thatcher capitalizó para su política el fin victorioso del conflicto de las Falkland adelantando las próximas elecciones al 9 de junio de 1983, meses antes de que se terminase su mandato legal.

Los laboristas prometieron que, de ganar las elecciones, rechazarían la instalación de misiles norteamericanos y procederían a destruir su propia fuerza nuclear. El programa conservador en materia de defensa se alineaba en la dirección de la OTAN (modernización de la fuerza nuclear británica, aumento del presupuesto de defensa e instalación de euromisiles).

Salvo en la reducción de la inflación (desde un 20% en 1979 al 5'4% en 1982), los resultados económicos del Gobierno conservador eran malos, especialmente el aumento del paro: del 5'2% cuando se hizo cargo del poder al 13'5% en el momento de las elecciones, cifra más alta que las correspondientes de Alemania Federal o Francia y similar a la de España. Sin embargo, la popularidad de Thatcher había crecido enormemente con la victoria militar en las Falkland y, ahora sí, todos los sondeos de opinión daban ganador al Partido Conservador.

Celebradas las elecciones, los conservadores consiguieron el 42'4% de los votos frente al 27'6% de los votos obtenidos por los laboristas. Pocos días después, Londres fue escenario de la mayor concentración en favor de la paz y contra el rearme de la historia de Reino Unido (250 000 personas), pero el Parlamento aprobó el inmediato despliegue en suelo británico de los misiles, en la base de Greenham Common.