29 de agosto de 2014

Rusia amenaza con la guerra

Ministerio de Defensa de Rusia
En el orden militar, «tomar medidas de protección» es un modo de decir para expresar un «ataque preventivo». Pues bien, el ministro ruso Alexei Uliukáyev utilizó tal eufemismo (29 agosto) ante la negativa de Bruselas a discutir con Moscú el acuerdo de asociación entre la Unión Europea y Ucrania. Ahora, la OTAN anuncia el refuerzo militar de sus débiles socios orientales, y Suecia y Finlandia, miembros de la Unión Europea, abren sus territorios a las tropas de la Alianza.

Condicionar la voluntad política de Kiev es una violación del Derecho internacional, una interferencia en la política exterior de un Estado soberano, y el ministro Uliukáyev avisó de «medidas de protección» inmediatamente después de publicitar la OTAN documentación probatoria de la intervención militar rusa en la guerra civil ucraniana (véase «Rusia planea invadir Ucrania»).

Al mismo tiempo, soldados del 58º Ejército ruso, por supuesto sin insignias ni marcas o disfrazados de rebeldes, han abierto un tercer frente en Donetsk, a orillas del mar de Azov, ataque dirigido hacia la retaguardia del Ejército ucraniano con objeto de obligarle a volverse hacia la amenaza creada, reduciendo así su presión sobre las ciudades de Donetsk y Lugansk, cuya caída, poco antes de la llegada del supuesto transporte de ayuda humanitaria ruso (21 agosto), parecía cosa de días. (Véase «Rusia: un convoy sospechoso».)

Los hipócritas bienpensantes opinan que Rusia, consecuente con su «geoestrategia defensiva», busca asegurar el control del mar de Azov alargando su fachada litoral sobre el mismo (léase Donetsk y Lugansk), pero se trata de una idea ingenua o sin fundamento: con la anexión de Crimea, los rusos pueden cerrar fácilmente este mar interior (estrecho de Kerch).

Más bien parece que el presidente Putin busca un clima bélico para desviar la atención de las malas perspectivas económicas de Rusia, con un aumento de la inflación y el déficit público a consecuencia del elevado gasto en bienes bélicos, especialmente importantes en un país al borde de la recesión económica y agravados por el boicot de Bruselas y Washington.

El presidente Putin, que a principios de 2014 despertaba simpatías en una parte de la opinión europea recelosa de la OTAN, se va convirtiendo en otro «iluminado» capaz de llegar la guerra a Europa, un títere más de los círculos invisibles de poder que condicionan y dirigen los principios categóricos de poder que rigen la política internacional. Por ahora, el presidente ruso ha conseguido la cohesión de una OTAN dividida y los votos de Suecia y Finlandia para adherirse a la misma (véase «Suecia y Finlandia planean entrar en la OTAN»).

Ante la propaganda belicosa de Moscú y la entrada de soldados rusos en Ucrania, la conclusión es evidente: los europeos deben pararle los pies a Putin o entregarle una hegemonía peligrosa en Europa oriental (en ambos casos, carrera de armamentos). En respecto de los ciudadanos rusos, se enfrentan con la alternativa de acabar con su presidente o que este acabe con Rusia. Y es que algunos parecen olvidar que la Unión Soviética, muy superior en todos los ordenes a Rusia, le echó un pulso a la OTAN y terminó arrodillándose ante ella en 1990.